En este día se nos presenta un Evangelio conocido como “la parábola del hijo pródigo” o como muchos lo han llegado a llamar poniendo más el centro en la forma de ser de Dios, “la parábola del Padre misericordioso”. Esta historia ha inspirado a muchos escritores como Henri Nouwen y pintores como Rembrandt.
La reacción del Padre frente al hijo menor nos impulsa a acudir a Dios en cualquier momento de la vida, hayamos vivido lo que hayamos vivido. Dios siempre va a estar pendiente, esperándonos, tapándonos la boca frente a nuestras autoacusaciones o desprecios que nos hagamos a nosotros mismos, renovando su alianza y confianza con nosotros hasta el punto de hacer una gran fiesta, de tirar la casa por la ventana y dar a su propio Hijo como ese “cordero cebado” para rescatarnos de la muerte del corazón: “Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la Vida.”
Quisiera detenerme sobretodo en la figura del hijo mayor, que expresa algo de amargura y reproche en esas palabras:
“tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; cuando ha venido ese hijo tuyo…”
¡Tantos años como te sirvo! Conozco a tantas personas buenas que llevan muchos años sirviendo y colaborando en la parroquia, dando catequesis, trabajando en los despachos de Cáritas, llevando coros, etc. pero que no han llegado a saborear lo que sus vidas y su entrega significan para Dios. ¡Cuántas veces me he visto a mi misma haciendo cosas “por” Dios, pero con el corazón mal pagado! Dios responde al hijo mayor con total cariño y confianza: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo.”
El salmo de hoy nos invita a gustar y a ver qué bueno es el Señor, pero ¿llegamos a saborear eso frente a nuestras entregas y sacrificios cotidianos? ¿Nos damos cuenta la amistad y la confianza que nos tiene Dios confiándonos todo lo suyo: sus hijos, su amor, su esperanza, etc.? Si no lo llegamos a hacer, caminaremos como el hijo mayor: con queja en el corazón y sin podernos alegrar con la alegría de los demás y los milagros que suceden a nuestro alrededor. ¡Gustemos lo bueno que es el Señor y la fiesta que nos hace por esa fidelidad diaria que intentamos vivir!