Ayer por la noche tuve que ir al tanatorio a concelebrar la Misa por una difunta. Era un tanatorio municipal en el que he celebrado bastantes veces. La megafonía en esa capilla es bastante deficiente siempre, pero en esta ocasión hacía tiempo que se había estropeado y había pasado de ser deficiente a ser inexistente. El sacerdote –hijo de la fallecida-, tiene bastante poca voz y encima estaba algo afónico ayer, por lo que se oía bastante poco (y eso que yo estaba al lado). En los tanatorios se puso de moda el poner una decoración en las capillas con cuadros y esculturas “asépticas” (asépticas para la fe y para el buen gusto), basadas en colores y formas extrañas. Así que si fue al funeral alguien que no tuviera fe, exceptuando el trocito del altar en el que la cruz recordaba que estábamos en un acto religioso, podría pensar que estábamos en un rato de meditación trascendental silenciosa sólo rota por el murmullo del celebrante.

“Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ése si lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” Parece que el mundo quiere expulsar a Dios de todas partes, como la alcaldesa de Barcelona al Ejército, y especialmente de aquellos momentos en que más nos hacen contemplar la trascendencia como puede ser la muerte, el nacimiento, la enfermedad. Y proliferan los nuevos salvadores, los “gurús”, los héroes de la inmanencia. Pero arrancar la trascendencia que forma parte del mismo hombre implica violencia, por ello hay tantos insultos, profanaciones, desacreditaciones y campañas contra todo lo divino. ¿Qué ofrece la Iglesia? ¿Qué ofrecemos los cristianos? A Jesucristo, la Salvación y la Vida de los hombres. Nada más. Y muchos no sólo quieren oírlo, quieren borrarlo de la historia.

Es mucho más fácil predicar con megafonía, te permite hablar más claro sin gritar y llegar a más sitios. Pero si nos quitan la megafonía gritaremos. Y si estamos afónicos haremos gestos y si los gestos no se entienden habrá que dar la vida, como hacen tantos hermanos nuestros en países perseguidos. Lo que no podemos hacer es renunciar a dar testimonio del Evangelio y la vida de Jesucristo porque suponga un esfuerzo.

María no dijo muchas cosas que reflejen los Evangelios, pero allí estaba. en Belén, en la cruz, en el cenáculo. No podemos dejarla sola.