Santos: Eutimio, Vindiciano, Sofronio, Benito, obispos; Fermín, abad; Vicente, abad y mártir; Ramiro, monje y mártir; Heraclio, Zósimo, Cándido, Piperión, Trófimo, Talo, Gorgonio, Firmo, mártires; Constantino, rey; Áurea (Oria), abadesa; Pedro, eremita.

Española. Natural de Villavelayo, núcleo de población relativamente cercano al monasterio de San Millán de la Cogolla. Conocida y célebre por los fenómenos místicos que tuvo en su vida. Fue la hija de García Nuño y de Amuna. La llamaron Áurea, nombre que suena a metal rico, escaso, dorado y con brillo.

Por aquel momento está en pleno florecimiento el monasterio de San Millán, que ampara a otro femenino. Le gustó; allí se acercó a «prender orden e velo, vivir en castidad». Consagró a Dios su virginidad y tenía ansia de retiro. Encontró un ambiente de seria oración y se entregó desde el principio a tantas y tan grandes penitencias que llamó la atención de sus compañeras de beaterio, cosa que contribuyó a elevar el tono de exigencia.

Quiso vivir emparedada, sin trato con persona alguna, reclusa, en oración permanente alimentada por la lectura de la Sagrada Escritura y las vidas de santos, con la ocupación manual de hilar y tejer para ayudar a la comunidad. Dice el cantor de su vida que «si antes fuera buena, fue después muy mejor». La fama de santidad llegó a traspasar las paredes de su celdilla, pegada a los muros del monasterio, donde oraba sin interrupción y castigaba sus carnes con penitencia sin piedad; comenzó la gente a buscar su proximidad, en principio por asombro y curiosidad, luego referían los numerosos favores y milagros que a través de ella se realizaban por el acierto que llevaban los consejos que daba generosamente a todos los que vivían por aquellos contornos y se los pedían.

Parece que, en días cercanos a la Navidad, Oria tuvo visiones; dicen que se le aparecieron las santas Águeda, Cecilia y Eulalia y la transportaron en su arrobo a contemplar una escala celeste y el gozo del cielo. Esto le llevó a hacer más recia aún su gran penitencia.

Siguió luego una serie de admirables éxtasis, en los que percibe la violencia del amor divino en que se abrasa, ansiosa por verse libre de las ataduras de esta vida. La aparición de la Virgen Santísima fue el colofón de los fenómenos místicos que de ella se cuentan; la Señora le aseguró la proximidad de su muerte, precedida de una angustiosa y cruel enfermedad que le sirvió para ejercitar la paciencia. Los relatos afirman que hasta el Maligno se ensañó con Oria, prometiendo dejarla en paz cuando dejara de rezar.

Murió en 11 de marzo de 1070, estando presentes su madre Amunia y el abad del monasterio, don Pedro. La enterraron en una cueva abierta en la roca del monasterio de San Millán de la Cogolla, y, en la casa familiar donde pasó los primeros años de su vida, levantaron los devotos una capilla en la que se le da culto.

Gonzalo de Berceo supo poner gracia arcaica en sus versos del siglo XIII a la figura de Áurea, «la reclusa leal», borrosa por el paso del tiempo, al traducir al naciente castellano la vida escrita en latín por fray Munio o Muño, quien añadía candor al fervor y que estuvo presente en su tránsito.