En estos versículos del evangelio de hoy Juan remata con el discurso del Buen Pastor. Jesús no sólo es la puerta, como veíamos ayer, sino que además es pastor. Esto esconde un sentido más profundo. Para el Antiguo Testamento el término pastor se aplica a la divinidad, al Mesías.

Por tanto, Jesús se nos presenta como el Mesías, el Salvador de nuestra historia. Podemos preguntarnos ahora cual es el modo que tiene Jesús de ejercer su mesianismo.

¿Qué es lo propio del pastor?

Apacentar a las ovejas. Un pastor se dedica a conducir a las ovejas a buenos pastos. Sabe que del alimento que les de depende el éxito de su rebaño. Un pastor bueno no se conforma con cualquier alimento. Jesús no es un pastor bueno, es EL BUEN PASTOR. Significa esto que Jesús nos alimenta con su cuerpo y esto lo recibimos en la Iglesia que es para nosotros el pasto donde nos alimenta.

Un pastor conoce a sus ovejas. Es más, las llama por su nombre. Nadie nos conoce mejor que Jesús. Nadie pronuncia nuestro nombre mejor que Él. Así un día, el de nuestro bautismo, se nos dio el nombre y desde entonces el Señor nos colmó con su vida. Desde entonces nuestra vida es la vida de Jesús: la vida cristiana.

El pastor conduce, conoce y además acompaña. El rebaño no va sólo. Y es que Jesús no nos abandona nunca. ¡Jamás nos deja solos! La cercanía y compañía de Jesús la experimentamos en nuestro día a día si cuidamos nuestra oración y la recepción de los sacramentos.

Pero un pastor normal no da la vida por sus ovejas. Eso es lo peculiar de Jesús. Nos da vida dándonos la suya. Nos alimenta con su entrega y no sólo nos acompaña sino que se hace camino para nosotros. Es su entrega la que nos hace a nosotros entregarnos en nuestro día a día.

Finalmente el pastor no abandona y huye al rebaño ante las dificultades. Por eso nuestra amistad con Él nos llena de esperanza. Está con nosotros en los buenos y en los malos momentos.

A la Virgen María, bajo su advocación de “La Pastora divina” le pedimos nos ponga muy cerca de su Hijo “el Pastor de nuestras vidas”.