«Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor….»
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles termina con la narración del martirio de Santiago el Mayor, en tiempos de Herodes Agripa. Tiene una importancia particular pues es el único caso en todo el Nuevo Testamento que se explica la muerte martirial de un apóstol, todos los demás martirios de los apóstoles lo conocemos por otras fuentes o tradiciones venerables. Lucas, el autor de los Hechos, pone a Santiago como ejemplo de lo que supone ser misionero de Cristo en los primeros tiempos.
La tortura y la muerte de los apóstoles es el mayor testimonio de veracidad de la resurrección de Cristo que podemos dar. Pues, razonablemente, ¿quién es capaz de morir torturado por una invención? Ellos podrían haber inventado con gusto el anuncio de la resurrección, si eso les hubiera conllevado algún beneficio económico, fama o prestigio entre los habitantes de Israel, pero sin embargo, no sólo la muerte ignominiosa del Maestro sino sobre todo la proclamación de su resurrección les pone en contra de los principales del pueblo y muchos de sus coetáneos. La muerte bajo espada (probablemente decapitado) de Santiago es la prueba que pone Lucas de lo que se arriesga siendo testigo de Jesucristo en el mundo.
«Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor….»
Como nos relata el evangelio de San Mateo, Jesús ya le profetizó a Santiago que iba a beber del cáliz del martirio. De camino a Jerusalén, Salomé, la madre de Santiago y Juan, se adelanta a Jesús para pedirle un puesto principal para sus hijos cuando Jesús fuese declarado rey de Israel. Era lo que todos pensaban, porque una multitud ya lo hacía desde hace tiempo y muchos lo esperaban en la capital. De hecho, cuando Jesús entró en la ciudad un gran gentío empezó a vitorearle como «hijo de David» y «rey de Israel». Pero su entronización como «rey de los judíos» fue en la cruz y los puestos a su derecha e izquierda los iban a ocupar dos ladrones.
«Los apóstoles daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor….»
Jesús, en el evangelio de hoy, aprovecha la circunstancia para pedirnos una cosa: valor. Se lo dijo a los apóstoles y también nos lo pide a nosotros. Santiago como patrón de España fue el primero en vivirlo. Valor para -en medio de las dificultades de este día- seguir dando la vida a fondo perdido, sirviendo a los que tenemos cerca sin protestas ni discusiones. Sirviendo y dando la vida en rescate por el padre o la madre enfermos, por el hijo que está metido en líos, por el hermano sin trabajo ni futuro, por el amigo deprimido, por el compañero denigrado o acosado,… Y todo sabiendo que llevamos «su» fuerza en vasijas de barro. Es así cuando la fuerza que da el Espíritu Santo se puede manifestar… «¿Cómo es posible que esos niños canten cuando van a morir mordidos por las fieras?» -gritaba Nerón en el circo romano, en el ajusticiamiento público de cristianos. Ese valor no viene de la voluntad humana, ese valor es la presencia inequívoca de Dios entre nosotros.
Apóstol Santiago, tú que fuiste alentado en tu fe por la Virgen del Pilar, danos valor para vivir y no sucumbir ante las presiones, las dificultades, llevando con nosotros siempre el Amor de Dios.