El Evangelio de hoy produce mucha ternura en quien se pone a rezarlo. Los apóstoles se han puesto a hablar del Señor por todos los rincones, han hecho muchos signos, esos milagros que son consecuencia de andarse en la cercanía de Dios. No han parado, que es una frase muy española. Hay que imaginarse la cara de Jesús oyendo las historias que narraba cada uno, eran como niños, quitándose la palabra de la boca. Se les había concedido el regalo más grande que un ser humano puede tener en este mundo, tener al mismo Dios a su lado. Y a pesar de todo, se olvidarán de Él. Cuando llegue el momento de la verdad le dejarán solo, sudando sangre sobre la tierra, mientras ellos dormirán en la única noche verdaderamente importante de su vida. La naturaleza humana es así de olvidadiza y antojadiza.

Por eso el Señor tiene siempre una mirada de profunda piedad sobre el hombre, lo dice el final de la lectura de hoy, miraba a la multitud «como a ovejas que no tienen pastor«. Todos necesitamos una compañía de cerca en este mundo. Me fijo que últimamente los sacerdotes, a los que vienen a pedirnos cierto ánimo espiritual, no les tratamos como verdaderos pastores. Un pastor busca a la oveja para andarse con ella, saber de sus asuntos, poner aceite en las heridas, las cosas propias del pastor. Y en vez de enseñarles el placer de vivir con Dios en lo menudo, les redirigimos a cursos espirituales, a charlas de catequesis, que están muy bien, pero preferimos la comodidad de referirles a las grandes reuniones y no les sugerimos el acompañamiento personal, que es en el fondo lo que buscan. En el día a día de un cristiano hay muchos materiales grises con los que construir una monotonía que puede ser aún más gris. El sacerdote debe ser siempre la prolongación de la mirada del Señor sobre el mundo. Y el Señor trata muy de cerca, porque quiere de verdad.

Todo cristiano en el fondo es un testigo de la mirada de Cristo sobre él. Cada persona que reza en este mundo llena sus ojos de la misma piedad de los ojos divinos, y esto no es música celestial. El Señor quería que los suyos estuvieran advertidos de lo esencial, «veníos conmigo, si os pegáis a mí, haréis los mimos milagros que yo, miraréis como yo, vuestra esencia es dejarme hueco«. Un enamorado sabe muy bien de estas intimidades. Uno de los pocos poemas en los que la enfermedad de Alejandra Pizarnik no le hizo mella, fue el dedicado al aniversario del amor con un chico. Le dice justo lo que Dios espera de mí, «recibe este rostro mudo, mendigo/ recibe este amor que te pido/ recibe lo que hay en mí, que eres tú«