Deuteronomio 30, 15-20
Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6
san Lucas 9,22-25
«Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin». Sí, hacemos obras que agradan a Dios. Lo decisivo es nuestro seguimiento; queremos estar en su estela, aunque desfallecemos en nuestras fuerzas, porque hay demasiadas cosas alteran nuestro deseo, llevando nuestra vista y nuestros pasos a donde no querríamos… ¿Cómo haremos para no dejarnos arrastrar y prosternarnos ante tantos ídolos que nos muestra el mundo? ¿Cómo elegiremos nuestra vida y la de los nuestros amando al Señor, escuchando su voz…?
Resulta sencillo decir: «Tomando la cruz de cada día». Pero sin Él, ¿no terminaríamos derrengados y echando pestes de nosotros y de los demás? … Quizá no nos faltaría buena voluntad, pero la vida es tan larga y tan compleja.
Hemos pedido, por tanto, que sea su gracia la que nos inspire, sostenga y acompañe, de otro modo nuestros caminos no serán los suyos, aunque de inicio así lo quisiéramos. Hoy le hemos pedido por nuestro trabajo —cada día tiene su afán, es decir, en cada día pedimos que ayude nuestro ser y nuestro quehacer en sus aspectos infinitos—. Sin que el Señor Dios lo sostenga con su gracia, todo se nos caerá de las manos. Y este trabajo, que es el nuestro, pendiente de nuestras acciones, tiene una fuente, solo una: la gracia de Dios. Es nuestro, no cabe duda, pero pende de su gracia, fuente de todo hacer bueno por nuestra parte. Mas ¿eso es todo? No, falta todavía algo esencial. Todas nuestras acciones, y nuestro ser entero, deben tender al Señor Dios como a su fin. Es cosa nuestra, pero la fuente y el fin de todo nuestro bienhacer es el Señor con su gracia. No cabe otra fuente; no cabe otro fin. Todo es gracia que se nos da en Cristo, por Cristo y con Cristo. Queda por ver, pues, en qué consiste esa gracia y cómo transforma nuestro ser y en nuestro quehacer… ¡Dios mío, ayúdame a concretar mi amor en Ti!