Durante dos veranos tuve que estar atendiendo diariamente los servicios religiosos en el crematorio del cementerio de la Almudena. En el momento de la despedida es cuando te das cuenta del valor de las cosas de la vida. En el final, todo se pone en su sitio, es como un viento fuerte que hace caer lo supérfluo y deja en pie sólo la Verdad.

En mi retina tengo guardados algunos de estos responsos que pude rezar por las almas de personas con cierto renombre social, de gran poder económico, pero que eran acompañados en su muerte por un número muy reducido de personas. Hubo un caso en el que estuve sólo con el féretro. Y me preguntaba… «¿de qué le sirvió su poder, su fama, su influencia social o su dinero?». Al final, estaba solo.

Muchas veces lo cuento a mis amigos y lo pongo de ejemplo. El éxito en esta vida no es el dinero o la posición social. Y respeto si han sido adquiridos con honradez, trabajo duro y tesón. Pero como dice el profeta Jeremías y luego canta el salmo, «prefiero ser árbol plantado al borde de la acequia». El árbol al lado del río, tiene siempre cerca la fuente, y su sed esta colmada.

El pobre Lázaro estaba dispuesto a ser saciado, esta necesitado. Como el árbol a lado de la acequia. Pero el rico, seguro de sí mismo y de sus riquezas, se ha quedado lejos del agua, seco. Y ya nada le alivia su sed. ´Con esta parábola Jesús nos enseña la única verdad: todo pasa. Fama, éxito, riquezas, posesiones… Todo pasa. Sólo el amor vivido permanece.

«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?» -decía Jesús. Esta cuaresma es un tiempo para mirar las prioridades. Es un tiempo para volver a invertir en aquello que perdura. Desapegarse del dinero, perder la codicia. Mi tesoro siempre será la relación con el hermano, el amor con que he tratado a cada persona.

No se me olvidará el funeral que hemos hecho por el pobre que pedía a la puerta de mi parroquia. Ha sido increible ver cómo la iglesia se llenaba con el testimonio de decenas de personas agradecidas por aquel hombre, que aún necesitado de todo, había dado a manos llenas amabilidad y cariño. Y se volvió a cumplir la parábola: el rico murió realmente pobre, y el pobre se fue hacia el Cielo colmado de tesoros.