Comentario Pastoral

TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

Esta fiesta invita a una grandiosa contemplación de Cristo. Como en el ábside de las iglesias bizantinas, brilla la figura del Cristo Pantocrator, es decir, Señor del tiempo y del espacio. La Transfiguración, junto con el bautismo y la crucifixión, es uno de los puntos decisivos de interpretación del misterio de Jesús de Nazaret.

Pero la Transfiguración no sólo revela el misterio de Jesús, sino que desvela también el destino y el misterio del cristiano, destino de comunión con Dios. Ser cristiano no es ser simplemente hombre religioso, sino testimonio de Cristo y de su amor por medio de una genuina experiencia de fe.

La Transfiguración es una anticipación pascual del misterio del Hijo predilecto del Padre. Tiene lugar a mitad de su itinerario terreno en medio de nosotros y debe movernos a una constante transfiguración de nuestra vida cristiana, en medio de la simplicidad de las cosascotidianas.

La Transfiguración no sólo está proyectada sobre la futura Pascua, sino también sobre el pasado salvífico, sobre Moisés y Elías, sobre la Ley y los Profetas, sobre el Sinaí y Sión. Toda la Escritura resuena como Palabra de Dios en la Transfiguración, que es iluminación de la Biblia entera.

Todos los símbolos del relato de la Transfiguración nos ayudan a entrar y profundizar el misterio que se revela.

La montaña alta evoca la gran aparición sinaítica, raíz de la alianza entre Dios y el pueblo. Para ver a Dios hay que dejar las mediocridades de las hondonadas de una vida espiritual mediocre.

La luz y el resplandor del rostro de los vestidos de Jesús son una explícita referencia a la gloria del Señor, a su presencia luminosa y trascendente.

La voz divina que define a Jesús como «Hijo amado y predilecto» es una invitación a la escucha de su palabra, a la comprensión del evangelio como alimento de la fe.

En la celebración de la Transfiguración los cristianos, peregrinos en la tierra, vislumbramos a la luz y en la fidelidad a la Palabra, nuestro destino glorioso

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Daniel 7, 9-10. 13-14 Sal 96, 1-2. 5-6. 9
San Pedro 1, 16-19 San Mateo 17, 1-9

de la Palabra a la Vida

La reflexión acerca de las parábolas de estos evangelios dominicales se ve interrumpida por la festividad que hoy celebra la Iglesia, la Transfiguración del Señor.

Misterio luminoso de la vida del Señor, que permite a tres privilegiados discípulos contemplar su gloria, su luz, la pureza de su divinidad y la fuerza de su santidad, que van a quedar velados por la cercanía de la Pasión, por el sufrimiento y muerte. Dentro del camino de seguimiento de Cristo, la revelación de su gloria debe ir siempre unida a la revelación de su abajamiento. Por eso, cuando Cristo muestra hoy toda su luz se sirve para ello de su profunda humildad. La humildad, lejos de velar el poder de Dios, lo transparenta. Así sucede en el monte Tabor, pero así sucederá también en el monte Calvario.

De esta forma Cristo aparece ante los discípulos como el que cumple lo que estaba escrito: lo de Daniel en el Antiguo Testamento fue una visión, creía algo que aún no estaba, que tenía que suceder, pero los discípulos contemplan con sus propios ojos la realidad, a su Maestro como esa «especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él le dio poder, honor y reino». Que los discípulos tuvieron que aprender de aquello, que no comprendieron lo vivido hasta más tarde, lo testimonia hoy la segunda lectura: «no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza».

Sin embargo, el plan de salvación de Dios contempla que los testigos reciban la gloria que han observado. El plan divino no sólo muestra lo que Cristo es, sino también lo que la Iglesia tiene que ir siendo. No cabe pensar en una transfiguración por parte de la Cabeza que no conlleve también una transfiguración del Cuerpo. No cabe. Por lo tanto, el misterio del Tabor es también misterio para la Iglesia, que por su comunión con Cristo recibirá también la comunicación de la gloria.

¿Qué nos hace esa gloria? Sí, esa gloria hace algo, no es un adorno, es la divinidad, y eso significa que tiene el poder de transformarnos.

¿Cómo lo hará? Lo hará en la celebración de la Iglesia, en la liturgia: en ella, la transformación
del Cuerpo ha comenzado ya por obra de la gracia que se derrama, que baja de la Cabeza al Cuerpo. El Tabor no es un misterio al margen de la vida de la Iglesia: es el reflejo en el que mirarnos para saber lo que nos sucede cuando nos mostramos dispuestos a acoger la voluntad de Dios, voluntad que tiene un camino de cruz y resurrección.

Así, no es difícil asumir que con la gloria del Tabor, de la liturgia, confirmados por la Escritura, por la ley y los profetas, se baja a Jerusalén a entregar la vida, entrega en la que «no luce» la gloria, pero salva. ¿Aceptamos el misterio de la gloria como precedido de la pasión? A diario, los cristianos seguimos luchando por evitar la cruz, a pesar de que esta es la llave que abre la puerta de la felicidad: ¿Entramos en los sacramentos para que suceda todo este misterio en nosotros? ¿Comprendemos cual es el camino que Jesús ofrece a sus discípulos?

Las tres tiendas que Pedro quiere poner, anuncio de la venida final del Mesías, significan quedarse en el camino, no querer avanzar. ¿Cómo busco progresar en mi camino de fe, no por donde yo deseo sino por donde Cristo va iluminando? Providencialmente, en mitad del verano, la Iglesia nos recuerda con esta fiesta de hoy qué va sucediendo y cómo en nuestro seguimiento de Cristo: la transfiguración de todo, camino de la gloria del Padre, ha comenzado ya, y se da en Cristo, en los santos, en la eucaristía… la dinámica es imparable, entremos en ella.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


De la oración litúrgica a la oración personal…
Prefacio de la Transfiguración del Señor

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor Nuestro.
El cual manifestó su gloria delante de unos testigos predilectos,
y revistió con gran esplendor
la figura de su cuerpo semejante al nuestro,
para arrancar del corazón de los discípulos
el escándalo de la cruz
y manifestar que, en el cuerpo de la Iglesia entera,
se cumplirá lo que, de modo maravilloso,
se realizó en su Cabeza.
Por eso, con las virtudes del cielo,
te aclamamos continuamente en la tierra
alabando tu gloria sin cesar:
Santo, Santo, Santo…

 

Para la Semana

Lunes 7:
Santos Justo y Pastor, mártires. Memoria.

Núm 11,4b-15. Solo no puedo cargar con este pueblo.

Sal 80. Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mt 14,13-21. Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición y dio los panes a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.
o bien:

Mt 14,22-36. Mándame ir a ti sobre el agua.
Martes 8:
Santo Domingo de Guzmán,presbítero. Memoria

Núm. 12,1-13. No hay otro profeta como Moisés; ¿cómo os habéis atrevido a hablar contra él?

Sal 50. Misericordia, Señor, hemos pecado.

Mt 14,22-36. Mándame ir a ti sobre el agua.
o bien:

Mt 15,1-2.10-14. La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz.
Miércoles 9:
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir. Fiesta.

Os 2,16b.17.21-22. Me desposaré contigo para siempre.

Sal 44. Escucha, hija, mira, inclina el oído.

Mt 25,1-13. ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!
Jueves 10:
San Lorenzo, diácono y mártir.

2Cor 9,6-10. Dios ama al que da con alegría.

Sal 111. Dichoso el que se apiada y presta.

Jn 12,24-26. A quien me sirva, el Padre lo honrará.
Viernes 11:
Santa Clara, virgen. Memoria.

Dt 4,32-40. Amó a sus padres y elogió a su descendencia después de ellos.

Sal 76. Recuerdo las proezas del Señor.

Mt 16,24-28. ¿Qué podrá dar un hombre para recobrar su alma?
Sábado 12:

Dt 6,4-13. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón.

Sal 17. Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

Mt 17,14-20. Si tuvierais fe, nada os sería imposible.