Santos: Esteban, rey de Hungría; Ambrosio, Aredio, Armagilo, Arsacio, Balsemio, Basilia, Cisio, Demetriano, Diomedes, mártires; Cosme, Teodoro, Radulfo (Raúl, Rodolfo), Eleuterio, Simpliciano, obispos; Tito, diácono y mártir; Arsacio, confesor; Queremón, eremita; Roque, protector contra la peste; Serena, matrona.

Tiziano y Tintoretto (s. XVI) y Van Dyck y Rubens (s. XVII) pasaron a sus lienzos la imagen del santo que resume lo que nos ha traspasado la historia mezclada con elementos legendarios y que, luego, otros autores de menos nombre desparramaron por los templos de todo el orbe. En cualquier iglesia se puede ver a san Roque erguido, con una pierna llagada al aire, sombrero puesto, bastón en mano y gozando de la compañía de hermoso perro con un pan. Algún que otro pintor suele añadir en su expresivo cuadro un ángel, que es otra de las maneras de ver las cosas. Esos son los atributos del santo que, desde el siglo XV, goza de popularidad y veneración sobre otros muchos.

Parece que Roque nació en Montpellier de una familia noble y rica que arrastraba la pena de ver como pasaban los años sin descendencia. Sus padres se llamaban Juan y Libera. Por fin llegó el hijo tan anhelado, cuando se iniciaba el siglo XIV. Cuando mueren sus padres, vende todas sus posesiones y las convierte en limosnas para los pobres. El que hasta ahora vivió en el bienestar se desprende de lo que proporciona holgura y comodidad para convertirse en peregrino de Dios por el mundo con un bastón y sus sandalias.

Ha oído que en Roma hay males muy graves; además del destierro de Avignon, se ha declarado la peste y hacia allá se encamina a poner de su parte lo que pueda para remediar la calamidad, que la encuentra por el camino antes de llegar a su destino. En la Toscana y en Roma se le describe entregado ayudando a las pobres gentes que encuentran en Roque un enfermero, un médico, un enterrador, un hombre pródigo en consuelos y experto en levantar los ánimos de los apestados entre el horror de los lazaretos; despliega una actividad prodigiosa mostrando incluso cualidades de taumaturgo con curaciones inesperadas súbitas y milagrosas en nombre de Dios; su fama corre imparable porque el pueblo ha llegado a mirarle como a un hombre dotado de cualidades que le hacen capaz de vaciar los cementerios llenos.

Pasada la epidemia, se retira a Piacenza (Italia) como seglar. Pero lo que no sucedió mientras él atendía a los enfermos pasó en tiempos de mayor respiro y bonanza. Un buen día, el enemigo de la peste se sintió apestado. Y, como suele suceder en esos casos, la gente le huye y Roque sufre la soledad y el abandono más cruel hasta el punto de verse expulsado del hospital y puesto fuera de las murallas de la ciudad. Allá por los Alpes, construye con ramas de árboles una cabaña y se prepara a esperar la muerte. Cada día, un perro se le acerca con un panecillo en la boca y le lame las llagas, ofreciendo así todos los motivos para la iconografía posterior.

Curado, se decide a regresar a la patria. Y en este punto las versiones hagiográficas se diversifican. Unos lo describen, preso en Angera, acusado de traidor, encerrado en una cárcel donde le llega la muerte; luego un ángel escribirá su verdadera filiación en una tablilla, quedando todos llenos de admiración y asombro y desarrollándose un culto inmediato que, además, es apoyado por frecuentes milagros del Cielo. Otros lo hacen llegado a Montpellier donde es alcalde un tío suyo que no llega a reconocerle; acusado de espía lo meten en la cárcel, donde muere; una luz celestial se situó sobre el lugar indicando a todos que se había ido un santo; en el petate que llevaba se encuentran las pruebas que revelan su condición de noble que hizo tanto bien entre los suyos tiempo atrás y el descubrimiento de la cruz grabada en el pecho con la que nació hacen indiscutible su personalidad. El culto del pueblo agradecido surge espontáneo y la veneración popular se transmite de ciudad en ciudad con milagros sin cuento.

Parece que lo canonizó en concilio de Constanza por desaparecer la peste de la ciudad cuando lo invocaron, quedando así definida para siempre su condición de intercesor ante las situaciones de epidemias de peste, siendo los dominicos quienes se encargaron por cuenta propia de extender su veneración.

Es innegable la devoción y fervor popular prorrogado secularmente. Pero del reconocimiento histórico no puede afirmarse lo mismo. Han llegado mezcladas la leyenda y la tradición, con elementos muy difícilmente separables para atribuirlos a uno u otro campo. La primera fuente es la Acta Breviora, sin datos cronológicos y escrita probablemente en Piacenza, donde estuvo Roque, pasada la mitad del siglo xv, traducida al francés con algunas variantes por Phelipot en 1494 y de donde dependen las siguientes Vitas.

Pintoresco y popularísimo san Roque, con perro fiel y bastón, que no te demos asco ni miedo los apestados de hoy. Sana nuestras almas roídas por tantos egoísmos, cura nuestras úlceras del pus de la sensualidad que nos roe, deja que tu perro lama las pústulas fétidas de la envidia y del amor propio. Tú que ves las cosas desde arriba, ¿verdad que esta peste es mucho peor?