En ocasiones en el confesionario vienen personas que han sido removidas por algún acontecimiento importante en su vida: una peregrinación, un acontecimiento trascendente, e incluso un momento de oración en el que Dios le ha llegado al alma. Se sienten removidos y, si tienen la suerte de haber un sacerdote en el confesionario (cosa harto difícil en muchas parroquias), se acercan a la misericordia de Dios. En nuestra parroquia no suele pasar semana sin que venga alguien a confesarse de diez, quince, veinte años sin hacerlo. En ocasiones te piden ayuda pues se han olvidado completamente de cómo hacerlo. Suele ser un momento tenso que acaba en una gran alegría. Y también nos da gran alegría a los confesores…, pero más alegría da cuando vuelven al poco por segunda vez, y luego una tercera, y una cuarta…

Llegar a Dios no es difícil. Es Él el que se ha abajado para ponerse a nuestro lado. Si, realmente, como pide el Papa, las iglesias estuvieran abiertas, hubiera confesores a disposición, se crease un auténtico clima de oración en nuestros templos, entonces Dios es muy atrayente. Pero una vez llegado a Dios hay que permanecer en Dios.

«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Perseverar en Dios.

Sólo desde la alegría se puede volver a Dios: “Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.” Si nos diéramos cuenta del don de Dios. Ese Dios que protege al desvalido y al huérfano, que hace justicia al pobre y al necesitado, que defiende al pobre y al indigente. Ese Dios que mira nuestra pobreza, nuestra miseria, nuestra nada y descubre el rostro de su Hijo. Ese Dios que te dice: “Aquí estoy siempre que quieras” y lo que quiere es que le quieras. Ese Espíritu Santo que imprime en tu alma el deseo de volver junto a tu Padre. Lo importante no es convertirse, sino enamorarse, en amor darse. Y buscarle, y encontrarle y alabarle. ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?

La fe se manifiesta en la constancia. En renovar cada mañana la alegría de estar con Dios, de gozarnos de su salvación. Conozco a uno, un buen amigo, que lleva veinte años dando testimonio de su conversión. Un testimonio impresionante, una verdadera caída del caballo camino de Damasco. Pero un día le dije: ¿no será mejor que hables de las maravillas que Dios está haciendo en ti hoy? No sólo estamos agradecidos al Dios que hizo, sino al Dios que hace. Y los hijos disfrutan mucho más de los dones de su padre que de los de un extraño.

Volver a Dios, volver continuamente a Dios, no cansarnos de buscarle una y otra vez para darle gracias.

De la mano de María siempre volveremos al Señor, a proclamar su grandeza.