Y, en seguida se van a Cafarnaún. Jesús y sus primeros discípulos. Y empiezan a ver cómo acontece el reino. Jesús enseña con autoridad. Es decir dice algo que tiene autoridad sobre el corazón del hombre. Cuándo él habla se impone la verdad en nuestro interior y sentimos la llamada a responder. Esa es su autoridad. No habla de oídas. Tampoco expone un discurso que sólo es hermoso o sólo verdadero. Dice cosas que tocan lo más profundo de nuestro ser. Reconocemos la autoridad cuándo nos damos cuenta de qué, de alguna manera, hemos de seguirla. A Cristo hay que prestarle atención y obedecerle. Esto nos señala también de qué manera hemos de leer o escuchar la palabra de Dios. Jesús tiene autoridad y, por eso, nos obliga a tomar una posición. Claro que, lo primero, es escucharle.

Algunos se asombran y uno, se revuelve. El espíritu inmundo estaba dentro de él y habla en plural, porque debían ser unos cuantos demonios, pero también porque frente a la autoridad de Jesús quiere oponer la verdad de la “multitud”, el triunfo de las encuestas y las estadísticas; la barrera de una supuesta mayoría que se defiende atacando; que tergiversa los hechos. La pregunta es tremenda “¿has venido a acabar con nosotros?”. Evidentemente Jesús se enfrenta al mal, pero no destruye al hombre. Arranca, cuando nos abrimos a su amor, lo que nos destruye interiormente. Pero hay también la posibilidad de que nos confundamos y pensemos que quiere arrebatarnos algo nuestro. Como no recordar las palabras de Benedicto XVI: “Cristo no quita nada, lo da todo”.

Lo que es cierto es que le encuentro con Jesús produce una conmoción en nosotros, porque nuestra vida cambia. Jesús ha venido a desatar el corazón del hombre al que la esclavitud del pecado impedía amar según el designio de Dios. Ahí se realiza la salvación, en que quedamos libres para amar. Y, consiguientemente llega el estupor: “¿qué es esto?”.

Me parece que una de las cosas que hemos de recuperar es la sorpresa ante el mensaje del evangelio. No podemos acostumbrarnos al hecho de que Dios nos ha hablado. Continuamente hemos de percibir la novedad de lo que dice y de que nos habla a nosotros. Para ello hemos de percibir la palabra de Dios como algo vivo, que tiene el poder de obrar en nosotros.

Hoy vemos que Jesús enseña y libera. Lo que sucedió en Cafarnaún nos puede pasar a cada uno de nosotros. Él no deja de instruirnos con una sabiduría desconocida capaz de iluminar nuestra vida de una manera totalmente nueva. Cuando nos dejamos guiar por ella nuestra vida alcanza una nueva densidad. Al mismo tiempo el Señor nos va apartando del mal para que en nuestra vida se desarrolle la vida que nos da y su amor.

Acaba el evangelio de hoy señalando que la fama de Jesús se extendió. También hoy es muy conocido. No sabemos cómo impactó en cada persona ese oír hablar de Jesús. En cualquier caso no se puede prescindir del encuentro personal. Es ante él cuando nos damos cuenta de quién es y de cómo nos ama.