11 febrero
Santos: Pedro Jesús Maldonado Lucero, sacerdote y mártir; Lucio, Deseado y Desiderio, Calocero, Castrense, Lázaro y Secundino, Adolfo, Ecián, obispos; Saturnino, Dativo y Félix, Ampleio, mártires; Jonás, Pedro de Guarda, Cedmón, monjes; Gregorio II y Pascual, papas; Severino, abad; Eloísa y Teodora, emperatriz.
Lo que Pedro de Jesús Maldonado Lucero puede dejar como herencia a la historia sobre su vida anterior al martirio no tiene más relevancia que el ministerio sacerdotal digna y generosamente ejercido en bien de los fieles encomendados. Es decir, lo que hacen tantísimos sacerdotes en todo el mundo. Y bien se ve que el amor a Dios y el celo por las almas es buena preparación para cuando llega el momento de la entrega absoluta –por más que sea cruenta– al Absoluto.
Había nacido en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, y archidiócesis del mismo nombre, el 15 de junio de 1892.
Párroco de Santa Isabel, de Chihuahua.
Su propósito de seminarista fue contundente en la afirmación y, a lo que se ve, en su cumplimiento: «He pensado tener mi corazón siempre en el cielo, en el sagrario». Llamar Cielo al Sagrario encierra todo un resumen teológico que ningún teólogo podría desbaratar. Lo que escribió en su intimidad se hizo ideal de su vida y fuente de toda su actividad sacerdotal. Se le conoció y recuerda como un sacerdote enamorado de Jesús Sacramentado: fue un continuo adorador y fundador de muchos turnos de adoración nocturna entre los feligreses a él confiados. Bien captó la realidad sacerdotal –el sacerdote está para el Sacrificio– haciéndola girar en torno a Jesucristo en la Eucaristía.
El 10 de febrero de 1937, miércoles de ceniza, celebró la Misa inicio de la Cuaresma, impartió la ceniza y se dedicó a confesar.
De pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El Padre Pedro –el modo usual de nombrarlo sus feligreses– tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote, bañado en sangre, cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote diciéndole: «Cómete esto». Lejos estaba el verdugo de llegar a entender que con su despectivo, irónico y despreciativo gesto colmaba el más profundo anhelo de Pedro Jesús, facilitándole el Viático, recibiendo a Jesús Sacramentado antes de morir.
En estado agónico fue trasladado a un hospital público de Chihuahua y al día siguiente, 11 de febrero de 1937, providencial aniversario de su ordenación sacerdotal, consumó su glorioso sacrificio el sacerdote mártir.
Lo canonizó en Roma, el 21 de mayo del Año Jubilar 2000, Su Santidad el papa Juan Pablo II.
El párroco de Santa Isabel no se dejó convertir por la gris, monótona y continuamente repetitiva sucesión de actividades parroquiales diarias en un funcionario que desempeñara rutinariamente una labor fiel pero sin alma. No. Tiene energía el ministerio sacerdotal para llenar el alma y esponjarla en la fidelidad al Maestro con el ministerio ordinario. Luego, si ha de llegar el momento de las heroicidades, se reacciona de la misma manera: con amor.