Dentro de un par de horas celebraré la primera Misa de la mañana. Le estoy tomando el gusto a escribir el comentario a las cinco de la mañana, cuando todo es silencio y en el corazón y en la cabeza resuenan las lecturas de hoy que leí antes de irme a dormir. No puedo decir que es virtud porque me levanto sin despertador y después de ofrecer el día y un café ¿qué mejor que escribir sobre quien quieres? Y así tengo un par de horas antes de celebrar la Santa Misa y prepararme bien.

“Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado”. Despertarse es un poquito como resucitar. Cada vez que nos dormimos hacemos un acto de fe en que nos levantaremos mañana y cada amanecer es un pequeño milagro. Algunos no se habrán despertado esta mañana y cuentan con nuestra oración. Y después del primer milagro del despertar vamos de milagro en milagro mientras vivimos el día. Y sin duda el mayor milagro es vivir con intensidad la Santa Misa, recibir el pan de vida, y llenar de vida el día. 

“Señor, yo no soy digno.” Antes de comulgar lo diremos, y lo constataremos con la cabeza y con el corazón, que comulgar es el mayor acto de gratuidad por parte de Dios hacia nosotros. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Y tengo la certeza de que, si estoy a punto de comulgar, no es por haber madrugado, ni por lo bueno que soy, ni porque doy mi tiempo (tan precioso), para Dios. Si estoy a punto de comulgar es por que me ha atraído el Padre a acercarme a su Hijo con la fuerza del Espíritu Santo. Es la invitación diaria y excepcional que Dios nos hace cada día.

Y todo nace de nuestro bautismo. La primera lectura de hoy es desconcertante. El Espíritu Santo hace encontrarse a Felipe con este eunuco etíope que tras una breve catequesis recibe el bautismo, y sigue su camino solo, lleno de alegría. No sabemos más de este etíope, tal vez volviese a su tierra y anunciase él la buena noticia a los tatarabuelos de los que hoy viven en el tejado del Santo Sepulcro. Se ve que Felipe era un gran catequista y en pocas palabras le hizo entender que “el que crea y se bautice se salvará” y el bautismo es otro gran acto de la gratuidad de Dios: “Mira, agua ¿Qué dificultad hay en que me bautice?” Lo mismo hicieron (habitualmente), nuestros padres con nosotros, pero no nos quedamos solos, seguimos caminando y creciendo en la Iglesia, ayudados por los sacramentos y la Iglesia. Pero todo sigue siendo un acto gratuito de Dios, día a día, momento a momento.

Ten una certeza. No estarías leyendo esto si Dios no te hubiera llamado a hacerlo. Nadie, y nadie es nadie, puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Hoy tendremos muchas invitaciones de Dios, que atrae suavemente, sin violencia ni coacción, pero debemos preparar el corazón y la voluntad para decirle que sí. Vale la pena hacerlo, no tiene mucho mérito por nuestra parte, pero vale la pena.

La Virgen nos enseña lo grandioso que es decir sí a las invitaciones de Dios, con ella al lado no podemos decir que no a todo lo que venga de Dios. Ojalá hoy sea un autentico día de Gracia.