Este fin de semana seré, tal vez, excesivamente breve. Estaré de convivencia con Universitarios y la vida no da para más.

Hoy tenemos una contraposición entre las lecturas. San pablo dice que el segundo hombre es del cielo; Jesús nos compara con la tierra donde cae la semilla. ¿Tierra o cielo? ¿De donde somos?

Para algunos tira más lo terrenal, parece que el pecado es consustancial a ellos y toda su vida es luchar contra el pecado a ver si por casualidad llegan al cielo. Otros parecen seres divinos, el pecado ha desaparecido y no tienen de qué acusarse nunca.

El pecado original nos cambió, hizo que nuestro ser hechos a imagen y semejanza de Dios se oscureciese. Pero Cristo en la Encarnación lucra para nosotros el que la Palabra de Dios pueda crecer en nosotros y nuestro ser normal es vivir en Gracia, creciendo la Palabra de Dios en nosotros e identificándonos con Cristo.

Por eso, es verdad que el pecado pesa, entristece nuestra vida y hace que la Palabra de Dios no pueda crecer en nosotros por las prisas, la inconstancia, los afanes o placeres de la vida…, Pero Dios ha preparado nuestro campo para que la Palabra de Dios crezca en nosotros, y entonces “lo mismo que hemos llevado la imagen del hombre terrenal, llevaremos también la imagen del celestial.”

Nuestra vida es caminar en presencia de Dios a la luz de la vida. Nunca pienses que no puede crecer la semilla de la Palabra de Dios en ti. Cuídala, léela despacio, ves dejando que cale en tu corazón y, sin saber cómo, empezará a dar fruto.

La Virgen María recibió a la misma Palabra de Dios en su seno, ella te enseñará a dejarla crecer en ti.