En el inicio del evangelio de hoy leemos que Jesús “se turbó en su espíritu”. Es la conmoción del Hijo de Dios que está a las puertas de dar su vida en el Calvario. Encontramos una primera llamada a llevar la vivencia de esta Semana Santa a lo más íntimo de nosotros mismos. Señor, ¡que no me pase desapercibido el misterio de amor que celebraremos estos días! ¡que no me quede en lo exterior sino que sea verdaderamente afectado para comprender cuánto me amas y lo que has padecido por mí!

Judas, que en los evangelios de estos días aparece con gran protagonismo me recuerda también que no puedo colocarme ante la pasión del Señor como si no tuviera nada que ver conmigo. Decimos en Jesús murió “por nuestros pecados” y por tanto también por los míos, por mis infidelidades y mis defecciones. ¿qué movió el corazón de Judas? Algún autor ha señalado que, entusiasmado en un primer momento por la figura de Cristo, fue desilusionándose al ver que Jesús no realizaba una revolución, no instauraba un reino terreno. No lo sabemos, porque todo permanece oculto a nuestros ojos. Pero sí que vemos que fue capaz de traicionar a Cristo. Sabemos que esa acción no determina a Cristo, porque es su amor y su deseo de cumplir la voluntad del Padre la que le mueve. Pero la traición está ahí, como el pecado, y lo que Jesús va a realizar es en pago por nuestros pecados y para liberarnos de la muerte a la que estos nos conducen. Sí, nosotros traicionamos, pero Dios siempre permanece fiel a su amor.

Encontramos también, en el evangelio, la audacia de Pedro. Proclama que no se separará de su Maestro y que le acompañará hasta donde haga falta. Jesús le advierte que no será así, “En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces”. Porque Pedro es débil y nosotros somos más débiles que Pedro. La lucha contra el pecado, la que conduce a la victoria, sólo puede realizarla Jesucristo. Una vez resucitado nos unirá a su victoria y, por la gracia, también nosotros seremos capaces de enfrentarnos al pecado y dar fruto de buenas obras. Pero la obra de la Redención sólo puede realizarla Jesucristo. Las palabras de Pedro han salido de su corazón generoso, pero serán refutadas por su cobardía.

No es Pedro el que tiene que dar la vida por Cristo, sino Cristo el que entrega su vida por todos nosotros. Sólo el Señor puede salvarnos sacándonos del pozo en el que nos introduce el pecado. Después Pedro sí que podrá dar la vida. Así lo señala el Señor: “Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde”. Jesús va al Padre y ese camino, que después con su gracia también nosotros podemos recorrer sólo es posible hacerlo con su ayuda y porque Él lo ha abierto antes.

Nuestra actitud de estos días se dispone a acompañar a Cristo en su entrega en la cruz, pero abriéndonos también a ese seguimiento tras su resurrección. Ni la desesperación de Judas ni la presunción de Pedro sino el abandono confiado en el que nos ha amado con corazón de carne y da su vida por nosotros.