Comenzamos esta segunda semana del tiempo pascual con la festividad de Santa Catalina de Siena, patrona de Europa y mujer admirable que con su oración y su vida entregada consiguió que el Papa volviese a Roma desde Avignon, en ella se cumple bien lo que nos propone el Evangelio de hoy tomado del relato de Mateo, puesto que es precisamente ella, una mujer en pleno siglo XIV, sin una educación formal escribió una hermosísimas cartas en las que narra su matrimonio espiritual con Cristo. Desplegando una maravillosa actividad en bien de la Iglesia. Podemos afirmar que en su vida se cumple a la perfección lo que dice el evangelio, pues sin dudarlo había grandes teólogos y pensadores en la época de Santa Catalina de Siena pero sin embargo ninguno se le puede comparar.
Las cosas de Dios siempre son de otra manera. Leyendo la primera lectura del apóstol San Juan, es fácil imaginarse a aquel anciano Juan, que tras largos años de predicación resumía toda su enseñanza al amor, toda su predicación al amor. Concretamente, en el texto que se nos propone para nuestra reflexión hoy, la reflexión del discípulo amado se refiere al pecado, Dios es Luz, y el que no vive en la Luz, bajo la protección y guía del Señor, vive en la tinieblas. Vivir en las tinieblas es vivir en el pecado, y contra esa vida alejada de Dios nos presenta a Jesús como el verdadero redentor, como aquel que en palabras de Pablo «se hizo pecado» y así pudo redimirnos.
La dulzura de Juan parece que se nos contagia al leer con ojos esperanzados esa esperanza contra toda esperanza que es el amor redentor de Jesús, que profunda alegría y paz llenan el corazón cuando mirando nuestras manos vacías, descubrimos el incomparable amor de Dios que nos lleva a al eternidad. Que hoy, en nuestra pequeñez, como hizo Santa Catalina de Siena, podamos responder con generosidad al amor todo-cariñoso de Dios.