A veces los seres humanos echamos de menos convertirnos en iguana, tal cual. La iguana no se da cuenta de que vive, y se complica poco la existencia, la dejas en su terrario y tan fresca. Mira mucho, con esos ojos orgullosos y prehistóricos, pero no ve nada. Y siempre serena, como la superficie de una laguna interior. La cabeza nos mata, pensamos más de la cuenta, en ocasiones el pasado es más estimulante que el futuro, justo al revés de cómo debería ser. Así somos, capaces subvertir los protocolos naturales. Convertimos la vida en un rompecabezas, lleno de preguntas capaces de dejar exhaustos a quienes más queremos. Me acaba de contar una novia que está agotada de pensar si el hombre de su vida la querrá siempre, es decir, vive literalmente en el 2040. Había un videojuego en los ochenta que tenía una tecla milagrosa, se llamaba “hiperespacio”, pulsabas y te escapabas del peligro marchándote a un rincón de la pantalla que estaba protegido. Por eso echamos de menos el carácter de la iguana, así, tan plano.

Hoy el Señor dice a los suyos que un día dejarán de hacerle preguntas, porque los discípulos eran peores que esos niños que salen preguntones, ¿y por qué?, ¿y por qué?, y dejan a los padres para los restos. Ayer en una cena con amigos, estábamos todos intentando imaginarnos el purgatorio, el más allá, el primer encuentro con Dios. Es verdad que llevamos en el pecho la necesidad de una respuesta. Digo bien, exigimos una respuesta, sólo una, a la pregunta “¿de qué va esto de vivir?”. Pero nos debería bastar la confianza con el Señor. De eso va vivir, de confiar en quien más ha puesto el corazón en mí. Y desde el momento de saber por experiencia que vivo porque soy querido, se acabaron las preguntas.

Deberíamos experimentar el tener algo así como el alma de la iguana, porque una vez que hemos encontrado el centro de nuestra vida, el resto se convierte en periférico y no tiene la potestad de sobrecogernos. El descanso en el Señor deja verdadera calma en el alma, no es lo que ocurre en el breve reposo de una fatiga, es una manera de posicionarse en el mundo. Pero reconozcámoslo, estamos aún lejos de habernos dejado conquistar por Él. Descubro esto mismo en fray Luis de León, dice que hemos acampado con Él en territorio de frontera con el enemigo, por eso aún tenemos miedo, no le hemos dejado un centro, sino un arrabal del extrarradio.

Y no se por qué, pero me gusta esa iguana tonta, que se pregunta tan poco…