El Sermón de la montaña de Jesús es como el vademécum del mandamiento nuevo del amor que:

  • Está inscrito en nuestros corazones: nosotros sabemos porque: porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
  • De hecho, todas las tradiciones culturales y religiosas conocidas a lo largo de la historia, proponen la regla de oro: “haz al otro lo que quieras que te hagan a ti, no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti”.
  • Pero como “mandamiento” divino, imperativo suyo inseparable del amor a Dios: “todos los mandamientos se resumen en dos…” –Deuteronomio-; “no digamos que amamos a Dios a quien no vemos, sino amamos al hermano a quien vemos” –Epístola de Santiago), sólo lo tenemos los cristianos (por ejemplo: no es ninguno de los cinco preceptos básicos de los mahometanos, ni está en la filosofía budista, que busca la paz, pero desde la huida de todo dolor, propio y ajeno.
  • Es sublime: en la enseñanza de Cristo, no tiene medida (a quien te pida un túnica, se os dijo no mataras, amor al enemigo…) y sólo alcanza su verdadero cumplimiento en la disposición (no siempre, lógicamente, realización) del estar dispuesto a dar la vida por el otro.
  • Al mismo tiempo es sencillo: muchos niños en todo el mundo, todas las mañanas, al levantarse, tiran al suelo el “dado del amor, cuyos lados representan los puntos del arte de amar: amar a todos, ser los primeros en amar, hacerse uno, ver Jesús en el otro, amar al enemigo, y amarse recíprocamente. “ Lo lanzo por la mañana – explica ellos mismos – y la frase que sale la debes vivir durante todo el día”.

El arte de amar nos acerca, de un modo concreto, el amor sin límites del que habla San Pablo, que no es otro que el mismo amor de Dios que en Cristo ha sido no sólo realizado por su parte con nosotros, no sólo enseñado a los hombres, sino también regalado como un don, una gracia, una potencia espiritual, de la que nos pedirá cuentas:

  • Amar a todos: porque el amor cristiano no hace distingos: ni de raza, ni de color, ni de clase, ni de calidad moral, ni de formación, etc….
  • Ser los primeros en amar: porque sino caemos en la trampa de la deuda de los demás para con nosotros, y en el Padre Nuestro sólo pedimos que se nos perdonen las deudas en la justa medida en que perdonamos nosotros las nuestras, y no al revés.
  • Hacerse uno: porque sino el amor no es concreto ni eficaz: no sirve. No basta la buena intención, es necesario ponerse en la piel del otro tanto para que se sienta acogido como para ser eficaz en nuestra ayuda.
  • Ver Jesús en el otro, no cambiando su rostro por el de Cristo como quien antepone un antifaz, sino descubriendo en el otro su verdad: en él está Cristo por el que ha dado su vida: “tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, etc…”).
  • Amar al enemigo: el cenit del amor cristiano…. Lo más difícil. Y en la vida no hace falta “hacerse enemigo de nadie” para tener enemigos.
  • Y amarse recíprocamente: porque el amor al prójimo es libre, sin esperar nada a cambio, pero si es auténtico, antes o después es recíproco. Y porque al amor hay que responder con el amor.