Cuando se para a reflexionar sobre la relación entre Jesus y los judíos puede llegar a descubrir muchos detalles del Uno o de los otros, detalles que a un lector poco avezado le pasarían desapercibidos, pero que para nosotros contienen píldoras de sabiduría. Wayne Dyer, psiquiatra americano, describe a Jesús como el hombre liberado o el hombre realizado en su muy recomendable obra «Tus zonas erróneas», en dicha publicación el autor recorre las conductas recurrentes autodestructivas que por diferentes causas y razones nos van asaltando a lo largo dela vida y en el capítulo final explica que Jesús es el único hombre que consiguió deshacerse de todas esas conductas que nos bloquean y nos hacen profundamente infelices.
Cuando hoy leía el relato de Mateo que la liturgia nos propone para nuestra reflexión me acordaba del libro. En el pasaje se ve con claridad que Jesús no se mete en polémicas ni en debates estériles. Jesús enterado de los tejemanejes de los fariseos se puso en camino y siguió a lo suyo, esto es, siguió curando a los enfermos, predicando, anunciando el Reino.
Os imagináis que hubierais hecho vosotros en su situación, seguramente muchos de nosotros habríamos intentado convencer a los fariseos, con largas disputas que habrían dejado a todos insatisfechos… cuantas energías se pierden en ese tipo de comportamientos, pienso en los profesores con los alumnos, en los padres con los hijos… en una de sus «Razones» Martín Descalzo habla del derecho a equivocarse, y habla del derecho que todos tenemos a tomar nuestras propias decisiones, aunque sean equivocadas.
Me maravilla como Jesús se toma tan enserio al hombre que nunca pretende forzar su libertad, Jesús se impone a los fariseos, ni a los apóstoles, Jesús simplemente propone y hace, que lenguaje tan distinto tiene Dios para hablar con nosotros. Y cuanto camino nos queda a nosotros por recorres que muchas veces nos queremos imponer, queremos imponer nuestras formas de pensar y nuestras costumbres a los demás. Pidámosle hoy al Señor que nos conceda corazones de mucho hacer y poco polemizar.
Enseñame Señor, quiero aprender de Ti la humildad, lo espero de tu Misericordia
En esas disputas, en ese imponer, nos dejamos lo más importante: poner en juego nuestra fe en libertad. No deja de ser una estrategia del maligno, del pecado, para que no nos centremos en nuestra fe y pongamos nuestras energías en otras cosas (convencer, imponer…). La fe es amor de Dios y el amor, el sentirse amado, nunca se logra por imposición. Tiene que caer uno en la cuenta de ese amor y elegir libremente “seguir a Jesús”. El evangelio nunca se impone, se propone y esa es la única manera en la que verdaderamente mueve los corazones. Todo esto lo dice el propio Jesús en las escrituras… “es como cuando uno encuentra un tesoro” o “sígueme”. Es uno mismo el que lo encuentra y lo descubre, es uno mismo el que elige seguirle en libertad.