Cuando leo este evangelio, me acuerdo siempre de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que inaugurara san Juan Pablo II: se junta tanta gente que resultan inevitables las aglomeraciones y, en algunos casos, los embotellamientos humanos. Seguro que más de uno y más de dos están rescatando ahora de la memoria esos archivos de recuerdos.

Acudían masas a escuchar a Jesús. Y la masa es imprevisible. Por eso el Señor pide una barca por si acaso: no quiere riesgos logísticos, ni que intervenga el SAMUR, pero mucho menos privar a la gente del evangelio que ha venido a exponer y ellos a escuchar.

A veces el éxito tiene sus inconvenientes, y no me refiero a la aglomeración. David y Jesús comparten el mismo: la envidia de quienes desearían ser respetados y considerados como ellos. Una copla cantada por la masa elogiando a David hace que Saúl le viera desde entonces con malos ojos; la autoridad moral de Cristo, sus milagros y la cantidad de gente que le escuchaba serán para muchos fariseos un constante rechinar de dientes (por pura envidia).

El primer pecado de Caín, la envidia que origina el asesinato de su hermano, lleva milenios causando estragos en nuestro mundo. Y lamentablemente sigue y seguirá causándolos.

En la vida de los grandes santos, a semejanza de la vida de Cristo, encontramos auténticas tramas urdidas para desacreditarles, difamarles, o acabar con ellos. Un santo que me inspira especial compasión, por los dones de mansedumbre e inocencia que caracterizaron toda su vida, es san Pío de Pietrelcina. Le llegaron a instalar micrófonos en el confesonario, el locutorio y ¡hasta en su propia celda! Que lo hicieran los espías comunistas con Karol Wojtyla, hasta es comprensible; pero que fueran ¡superiores eclesiásticos y los propios franciscanos…! Lo dicho: Caín sigue muy activo. Y con lecciones así, espero que en ninguno de los corazones de los que leemos estos comentarios le dejemos entrar.

Todos los santos, en momentos de turbación, seguro que se agarraron al salmo de hoy, compuesto por el rey David cuando los filisteos lo tenían preso en Gat; también Jesús lo rezaría en esa noche tenebrosa entre el jueves y el viernes santo.01