En estos días de confinamiento he vuelto a ver “Fanny y Alexander”, la película con la que Ingmar Bergman resumía su visión de la jugada vital. Una película de 1982 que el maestro sueco definía como su testamento. En ella está todo Bergman, la muerte, Dios, las relaciones humanas, las pasiones… es como Woody Allen pero en serio. Quiero sólo detenerme en el discurso final de un miembro de la familia protagonista, que deja un regusto tristísimo: “Es mejor que ignoremos los grandes interrogantes, porque vivimos en nuestro pequeño mundo, nos contentamos con eso. Y si de repente ataca la muerte, nosotros tenemos nuestras escapatorias. Sin escapatorias para evadirse del drama de la vida, el hombre viviría en el infierno. Para ello hemos de hallar placer en nuestro pequeño mundo: buena comida, amables sonrisas, arboles frutales en flor y melodiosos valses”. Qué triste, en serio. Bergman propone la vida como un acontecimiento al que hay que darle esquinazo. ¿De la vida sólo nos quedan los melodiosos valses? Seamos serios, para un adolescente la propuesta de música y comilona puede sonar como una expectativa excitante, pero un corazón maduro sabe que los placeres no duran. Y el corazón es listo y tiene memoria, se acuerda de que el disfrute se marchita pronto. Cuánto de razón tiene el grito del Señor en el Evangelio de hoy, “¡y no queréis venir a mí para tener vida!”.

En el año del coronavirus habría que reconocer que no sabemos vivir como mejor nos conviene. Qué suerte tiene mi helecho del salón, cuando lo riego se pone contento y el verde se le robustece. En cambio el hombre siempre está tristón porque no encaja con el agua que recibe. Hay dos pruebas de fuego para conocer si el hombre sabe vivir: si lo poco y lo pequeño le son suficientes; y si anda sereno en estado de espera, porque la mayor parte del tiempo lo pasamos esperando, piénsalo. Si no llevas costumbre de vivir en lo poco, cuando cumplas los 75 años estarás desesperado si no te ofrecen un crucero para entretenerte. Y si no sabes esperar, cualquier circunstancia que se resista a la inmediatez te pintará la cara de amargado. “¡Y no queréis venir a mí para tener vida!”. Hasta en lo poco y en la espera el Señor viene para colmarnos. En lo poco se le encuentra, porque lo poco evita la distracción y el Señor se cuela. Y en la espera el Señor da fortaleza, porque aumenta las ganas de un amor verdadero.

El Señor se pone serio ante los judíos, y no habla de tener una vida mejor, simplemente habla de tener vida. Reprocha a sus interlocutores que viven como moribundos que llevan a cuestas su propio ataúd, porque el que se obstina en sus pasiones, y no sabe salir del diámetro de sus necesidades, vive pudriéndose, como los cadáveres. Un amigo sacerdote me ha enviado un listado de ingredientes básicos para el cristiano del siglo XXI, y entre los puntos a tener en cuenta habla de la forja de un carácter sin comodidades ni caprichos. El Señor se hace hombre y da la vida por nosotros para que sepamos vivir, y a esa aspiración estamos llamados todos, “¡y no queréis venir a mí para tener vida!”.