Siempre utilizo la lectura del Evangelio de hoy en los funerales de corpore in sepulto, cuando aún está reciente el paso por la tierra del fallecido. Las palabras del Señor sacuden el corazón de los tibios, “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Nadie sale indiferente de aquí. Nunca se hizo una propuesta mayor al hombre. El novio le dice a la que será mujer de su vida, “mira, te propongo mi presente y mi futuro, pero no te puedo prometer esquivar la muerte, porque no sé cómo hacerlo”. Ése es el drama del amor, que tiene sus plazos.

Hoy he visto en el hospital a dos esposos octogenarios con coronavirus. Están en habitaciones y pisos distintos. Les separa un abismo de toxicidad que les está arruinando los pulmones, pero es lo único que los separa, porque ambos me dicen que se necesitan y quieren saber el uno del otro, y yo hago las veces de intermediario. Es probable, tal y como actúa el virus en los que pasan de cierta edad, que se encuentren con Dios al mismo tiempo. Hace un mes ni sospechaban un destino final tan rígido. Ninguno puede frenar la consunción física del otro, en el altar no se prometieron eso. Se prometieron la vida hasta que la muerte irrumpiera. Volvamos a las palabras del Señor, Él sí promete una vida prolongada. Sin duda, la frase más provocadora es “y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre”. Es una promesa de continuidad, no de ruptura. La vida del hombre no queda interrumpida cuando se une a Cristo, qué esperanza tan insensata y maravillosa.

Pero hay más cosas en el pasaje de hoy. Por tres veces el evangelista alude a la viva conmoción que sacude al Señor ante la muerte de su amigo. Aquí se nos asoma el rostro de Dios, le tenemos cara a cara. Dios ama al hombre hasta la conmoción. Recordemos los textos. Uno) “Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó…” Dos) “Jesús se echó a llorar”. Tres) “Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba”. Advirtamos que no es una reacción anímica pasajera, el autor del texto pone cuidado en señalar que su espíritu fue el que entró en conmoción, es decir, desde lo más profundo de Él nació un dolor que le llevó a las lágrimas. Todo el que quiere de verdad a un ser humano sabe lo que le pasa por dentro cuando ha sido testigo de una desventura trágica. Instantes después hace el milagro. Con ello deberíamos aprender dos cosas; que Dios sufre con el hombre, y que Dios está abierto siempre al milagro. Entonces, ¿quién podrá apartarnos de Cristo?, ¿el desasosiego, ¿qué desasosiego?

Y en la primera lectura de hoy, “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío”, qué imagen más bonita. Como un amoroso depredador, Dios escarba en la tumba de sus amigos para sacarlos de la encerrona y darles vida eterna. La iglesia de San Salvador de Chora de Estambul, además de ser uno de los más bellos ejemplos de iglesia bizantina que ha llegado a nuestros días, conserva un tesoro absoluto: el fresco de la Resurrección del Señor, en el que se ve a un Cristo nada hierático, saltándose los cánones del arte bizantino, con la prisa de llevarse a los seres humanos de sus ataúdes. Tira de uno y tira de otro para atraerlos hacia sí. Es una joya para la contemplación de un corazón enamorado. Ahora que estamos cerca de una Semana Santa de reclusión en nuestros hogares, sería bueno que meditáramos la suerte de fiarnos de un Dios que nos promete tanto.