Lunes 4-5-2020, IV de Pascua (Jn 10,11-18; en este ciclo A)

“Yo soy el buen Pastor”. Según el evangelista san Juan, en siete ocasiones Jesús utiliza la expresión, propia de Dios, “Yo soy”: la luz del mundo; el pan de vida; el camino, la verdad y la vida… Todas son descripciones que Jesús hace de sí mismo, de su identidad y de su misión. Pero, entre todas, esta del pastor se nos hace la más sencilla de comprender, la más bella y dulce. Quizás, porque nos evoca a verdes praderas, campos abiertos sin confines, aire fresco y limpio de una mañana de primavera. Todos, niños y mayores, hemos visto –aunque sólo sea en películas– a esos pastores que guían al rebaño hacia fecundos pastos, que conocen a cada oveja por su nombre, que cuidan y curan a las enfermas, que nunca dejan atrás a ninguna descarriada. Cuando Jesús dice “Yo soy el buen Pastor”, todos entendemos esa imagen. Todos reconocemos a Aquel que, mientras acaricia una a una a sus queridas ovejas, nos dice: “yo cuido de vosotros, yo me desvivo por cada uno, sois lo más importante para mí, sabed que nunca os abandonaré, sois mi rebaño y no permitiré que os pase nada…” Oír estas palabras en boca de nuestro Dios nos consuela mucho. Quizás por eso la imagen del buen Pastor ha sido una de las preferidas en el arte cristiano, desde los primeros siglos. Especialmente en los sepulcros, Jesús aparece figurado como ese pastor que lleva en sus hombros a la oveja a través del valle oscuro del sufrimiento y la muerte y la conduce hacia los pastos de vida abundante del cielo.

“A un asalariado no le importan las ovejas”. Jesús a lo largo de este pasaje se compara primero con los ladrones y bandidos, y después con los asalariados. Así nos hace ver qué tipo de pastor es Él. Los ladrones y bandidos son extraños para las ovejas; a diferencia del pastor, que es conocido por ellas, porque reconocen perfectamente su voz. Los ladrones y bandidos entran en el redil para robar, matar y hacer estragos; al contrario, el pastor viene para que tengan vida y vida en abundancia. Por otro lado, los asalariados no son dueños de las ovejas; el pastor, sin embargo, es el verdadero dueño de las ovejas, que las reúne y apacienta en un solo rebaño. A los asalariados no les importan las ovejas, por eso huyen ante el peligro abandonando al rebaño a su suerte. El pastor, todo lo contrario, da su vida por las ovejas. Ese es Jesús. Él es el buen pastor que conoce a sus ovejas y es reconocido por ellas; que las atrae y reúne en un solo redil; que ha dado su vida en la cruz para salvar a su rebaño de las garras del lobo feroz. Merece la pena que hoy, en nuestra oración, recorramos todas y cada una de las características con las que Jesús se describe a sí mismo. Todo eso hace nuestro buen Pastor con sus ovejas; eso ha hecho Él contigo.

“También a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”. Estas palabras, a la vez que nos llenan de un gran consuelo, también dejan en nuestro corazón un poso de amarga tristeza. Todos conocemos las divisiones que tantas veces desgarran la unidad de la Iglesia, el rebaño de Cristo. También, las enemistades que durante siglos han enfrentado a los cristianos de tantas partes del mundo. Jesús, al hablar de su rebaño, habla de la unidad. No hay nada que más duela al corazón de este buen Pastor que las divisiones entre sus ovejas. Hoy podemos unirnos al corazón de Cristo, a la oración del buen Pastor, pidiendo al Padre por la unidad de nuestras comunidades, por la unidad de la Iglesia, por la unidad de los cristianos entre sí, por la unidad de toda la familia humana. “Habrá un solo rebaño, un solo Pastor”. ¡Así sea!