Hoy la liturgia nos propone un fragmento del Evangelio de Juan de los que a mi me hacen reflexionar con frecuencia, aquel en el cual Jesús les anuncia a sus discípulos que van a ser perseguidos como Él mismo ha sido perseguido. Muchas veces me pregunto como esa afirmación categórica de Jesús puede afectar o afecta a mi vida.

Supongo que todos hemos experimentado la incomprensión cuando hablando del aborto, de la eutanasia, de las riquezas de la Iglesia, del matrimonio homosexual… en nuestro ambientes se critica abiertamente la posición de la Iglesia, es decir, la que debería ser nuestra posición, es más, puede que incluso a veces nosotros mismos en aras de una malentendida modernidad critiquemos a la Iglesia de forma más o menos irreflexiva buscando el apoyo de nuestro entorno.

Ciertamente el equilibro es complicado, pero no podemos plegarnos sin más a los valores del mundo buscando una aceptación que desvirtúa el mensaje y no aporta nada de valía a la vida del ser humano. Tampoco podemos ser radicales intransigentes que entiende la fe y la vida de la Iglesia como una roca, sin vida, inamovible. Por lo que sólo nos queda un camino intermedio entre el conservadurismo fariseo y el progresismo buenista y vacío.

Sírvanos la propuesta del Evangelio de hoy como clave de comprensión, si en mi vida cristiana, no surge ningún conflicto con el mundo, no hay ninguna arista, nadie a quien nuestra vida cristiana cuestione, más aún moleste, lo más probable es que estemos siendo tibios, que nos acomodemos en una vida entre almohadones poco evangélica, porque el Evangelio siempre exige dar más, ir más allá, entregarse a fondo. Tal vez nuestra oración hoy debería pedir al Señor que nos saque de esa dulce mediocridad en la que muchas veces adormecemos nuestra vida de fe, y que nos recuerde que sólo a los tibios los vomita el Señor.