Si quieres llevarte bien con alguien, mejor no te mezcles en sus asuntos de dinero. Parece que cuando alguien posee unos cuantos cuartos los convierte en un bien en sí mismos, casi en un ser humano a cortejar y mimar. Por eso el gesto del Señor tirando las monedas al suelo de los cambistas en el templo debió incomodarles mucho, “¡mi dinero no se toca!, ¡qué hace mi dinero por el suelo!”. Al dinero siempre le protege el fantasma de la seguridad, como si el ser humano tuviera sus necesidades más perentorias cubiertas con el dinero a la vista.

Siempre me acuerdo de las palabras del camarero dominicano del bar de mi barrio, cada vez que oye hablar a voz en grito a alguien con quien mantengo acompañamiento espiritual, se me acerca y me dice, “padre, siempre viene a hablar con usted gente que está un poco desesperada, y rápidamente se alocan. Yo creo que el problema está en su nevera, que la tienen llena. Yo provengo de una familia muy humilde, somos muchos hermanos y en mi casa nunca nos llegó el dinero a raudales, es decir, nuestra nevera siempre estaba medio llena, o medio vacía, como quiera verlo, pero todos nos queríamos mucho. No circulaba mucho dinero, pero no nos importaba, había mucho cariño entre todos, teníamos a Dios y veíamos felices a nuestros padres. Dígales que no griten tanto y que, si quieren más serenidad en la vida, dejen mas hueco en la nevera”. Era un consejo sin apariencia de trascendencia, pero qué va, allí había meollo. La salvación económica deja al ser humano igual de perdido con mucha o con pocas perras, porque el dinero soluciona problemas, pero deja intacto el misterio de la existencia.

El Señor, haciendo un látigo con cuerdas, echa al ganado del templo, ¿qué hacían los mercaderes en el lugar más santo del judaísmo? No es que al Todopoderoso le hayan llegado los okupas al sancta sanctorum, es que el templo era para Nuestro Señor su propia naturaleza humana, el lugar del encuentro entre el hombre y Dios. Y ese lugar había sido mancillado, aquella mercadería era como un virus invasor en el propio organismo. Qué lástima para la humanidad de Jesús ver cómo su pasión divina por Jerusalén se ve derrumbada por esta imagen de los interesados en su propio negociado. Ponte en su caso. El Señor ha dado la vida por ti y tú esta desesperado porque el Madrid ha perdido 4 a 1. El Señor derramó sangre por ti y tú rara vez te acuerdas de hablar con Él, o peor, vas a comulgar, a dejarle entrar en ti, y andas frío, desinteresado, distraído con tus asuntos. Y Él, que es la llave que abre tu puerta, no puede entrar.

Cuántas veces vamos a misa el domingo acompañados por un cortejo de ganado, chiringuito de pipas, palomas, dinero, y el Señor nos dice bajito “sacad esto de aquí”. Él quiere que entremos desnudos al templo para ser revestidos por Él, ni más ni menos. El que entra necesitado y no satisfecho, escucha la Palabra de Dios de otra manera, y se prepara para comulgar como un verdadero hambriento. ¿Lo mejor?, que dejes el ganado en la puerta.