Comentario Pastoral


EL DESIERTO DEL ADVIENTO

Si nos basamos en el comienzo del evangelio de San Marcos, que se lee en este domingo, hay razón suficiente para afirmar que el tema del desierto no es ajeno al espíritu del Adviento. De Juan se dice que era «una voz en el desierto».

Para nuestra mentalidad actual el desierto es un lugar inhóspito, nada atrayente, donde uno puede morir de sed y de soledad o perderse a causa de la arena o del viento que borra todos los caminos. Sin embargo, el pueblo de Dios tuvo una experiencia muy diferente. En el desierto se sintió salvado, guiado, liberado. Allí Dios le configuró como pueblo suyo, le habló, le alimentó y le mostró su amor.

En realidad el desierto hace referencia al lugar misterioso donde Dios y el hombre se encuentran frecuentemente. En el desierto las tentaciones provocan testimonios de fe, la soledad se cambia en plenitud, la sed se convierte en anhelo, el hambre genera una oración confiada.

En el Adviento de 2020, como en todos, se hace necesario escuchar la voz y el mensaje del Bautista. Necesitamos ir al desierto para escuchar palabras auténticas por encima de los gritos de la vida cotidiana. Ya apenas creemos nada, porque las palabras que siguen aumentando los diccionarios parece que solo sirven para la poesía. Es preciso salir del torbellino de los reclamos publicitarios y del vértigo de las distracciones para encontrar momentos y espacios de sosiego que ayuden a valorar el sentido de nuestra existencia y el valor de nuestros afanes.

Hay que descubrir los desiertos actuales que propician el encuentro con Dios: desiertos de silencio para la escucha y la meditación; desiertos de soledad que reconfortan y animan a una vida mejor, desiertos de consuelo espiritual para superar las lamentaciones inútiles.

Para que no fracase nuestro Adviento hay que ir a los desiertos indispensables de la vida cristiana, que afinan nuestra esperanza, porque «el Señor no tarda» y debe encontrarnos «en paz con él, santos e inmaculados».

A propósito del desierto, volvemos a leer hoy estos insuperables versos de Isaías: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale».

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Isaías 40, 1-5. 9-11 Sal 84, 9ab-10. 11-12. 13-14
san Pedro 3, 8-14 san Marcos 1, 1-8

 

de la Palabra a la vida

La conversión. En el principio del Adviento volvemos a escuchar, como si de la Cuaresma se tratara, de conversión. Así como las tierras se allanan, es necesario que se allane el corazón del hombre para que pueda recibir al que viene en nombre del Señor, al Verbo encarnado que, sentado a la derecha del Padre, viene misteriosamente «en cada hombre y en cada acontecimiento» a nuestra vida. La conversión que aceptamos que se dé en nosotros condiciona nuestra posibilidad de esperar.

Por eso, podemos entender las palabras del profeta en la primera lectura puestas en labios de Juan en el evangelio como una respuesta: si sabemos que Dios viene, tenemos que esperar. Dios tiene la iniciativa en toda esta historia, y la humanidad, cada uno de nosotros, encuentra en la conversión la forma apropiada de esperar. De creer, también. Esperamos la venida de Dios a nuestra vida convirtiéndonos, cambiando, allanando caminos, mejorando… pero decir eso es recurrir a lugares comunes, y tiene el peligro de no ser profundo ni eficaz: esperar consiste en un constante espíritu de vigilancia. ¿Vigilar en el desierto? ¿Qué vigilancia, qué atención requiere de nuestra parte la vida en el desierto, es decir, en ambientes inhóspitos, incómodos, fuera de casa, de la rutina diaria, entre contagios, virus o incertidumbres? Juan el bautista tiene palabras misteriosas, hace peticiones que no resultan lógicas. Bien sabemos que el Señor se presenta en el desierto, como un león, como una fiera, entre otras fieras, para ofrecer vida verdadera. El anuncio de Juan consiste en que el día del Señor llegará, y por eso san Pablo advierte en la segunda lectura: no sólo hay que vigilar para cada día, sino que hay que vigilar porque no sabemos cuál será el último día, en el que Cristo vendrá con toda su potencia. ¡Qué piadosa ha de ser vuestra vida si de verdad creéis y esperáis que Cristo vuelva! Sólo una vida vigilante, piadosa, en constante atención y mejora, que se deja transformar por Dios, será capaz de mostrar a otros, de anunciar con obras, con hechos, que el Señor va a volver y estamos alegres.

El Adviento es un tiempo muy alegre. En él, como hace Juan hoy, se nos recuerdan las razones para esperar: hay una palabra que es fiable. La mía no lo es, la nuestra a duras penas es una palabra fiable, pues tantas veces no hacemos lo que decimos… pero del Señor, la palabra es fiable, y eso es motivo de alegría. Una palabra sobresale entonces entre otras, una palabra viva, colorida, fresca, entre la monotonía y sequedad del desierto, es la palabra del Señor. Entre palabras vacías, entre desiertos en nuestra vida, entre todo lo que ha escapado de nuestras manos y nos hace recordar lo que hemos perdido, Juan anuncia que tenemos que mirar hacia delante porque tenemos una esperanza firme, y por eso tenemos que convertirnos. Ahora, justo ahora. En el Adviento aprende el cristiano a mirar hacia el futuro. La Palabra de Dios en Adviento es terriblemente pedagógica por eso, porque nos hace mirar al pasado para que podamos aprender a esperar el futuro. No miramos al mañana sin fundamento, no esperamos una probabilidad matemática que saque nuestro número de la suerte, sino que tenemos la certeza de la Palabra de Dios. Juan ya lo ha comprobado, y por eso da testimonio.

Celebrar con la Iglesia el segundo domingo de Adviento es aprender a esperar al Señor cada día, ilusionados: si viene en los sacramentos, pobres signos, si viene en la Iglesia que se reúne, cuerpo complejo de santos y pecadores, si viene en su poderosa palabra, a veces temblorosa e incomprensible… es que no va a fallarnos. Podemos pedirte que nos muestres tu misericordia, como en el salmo: no es una petición desconfiada, es la certeza de Juan, es la certeza de la Iglesia, la certeza de tu amor.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Por consiguiente, los obispos, presbíteros y demás ministros sagrados que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas, deberán recitarlas diariamente en su integridad y, en cuanto sea posible, en los momentos del día que de veras correspondan.

Ante todo darán la importancia que le es debida a las Horas que vienen a constituir el núcleo de esta Liturgia, es decir los Laudes de la mañana y las Vísperas; y guardarán de no omitirlas si no es por causa grave.

Hagan con fidelidad el oficio de lecturas, que es principalmente una celebración litúrgica de la Palabra de Dios; cumplirán así cada día con el deber, que a ellos les atañe con particular razón, de acoger en sus propios corazones la Palabra de Dios, con lo que crecerán en la perfección de discípulos del Señor y saborearán más a fondo las riquezas de Cristo.

Para santificar mejor el día íntegro, tomarán con sumo interés el recitar la Hora intermedia y las completas con que coronarán en su totalidad el «Opus Dei» y se encomendarán a Dios antes de acostarse.

(Ordenación General de la Liturgia de las Horas, 29)

 

Para la Semana

 

Lunes 7:
San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia. Memoria.

Is 35, 1-10. Dios viene en persona y os salvará.

Sal 84. Nuestro Señor viene y nos salvará.

Lc 5, 17-26. Hoy hemos visto cosas admirables.
Martes 8:
La Inmaculada Concepción de Santa María Virgen. Solemnidad

Gén 3, 9-15. 20. Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer.

Sal 97. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.

Ef 1, 3-6. 11-12. Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo.

Lc 1, 26-38. Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo

Miércoles 9:

Is 40, 25-31. El Señor todopoderoso da fuerza al cansado.

Sal 102. Bendice, alma mía, al Señor.

Mt 11, 28-30. Venid a mí todos los que estáis cansados.
Jueves 10:

Is 41, 13-20. Yo soy tu libertador, el Santo de Israel.

Sal 144. El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad.

Mt 11, 11-15. No ha nacido uno más grande que Juan el Bautista.
Viernes 11:
santa Maravillas de Jesús, virgen.Fiesta.

Ca 8, 6-7. Es fuerte el amor como la muerte.

Sal 44. Llega el Esposo: salid a recibir a Cristo, el Señor.

Lc 10, 38-42. María ha escogido la parte mejor.
Sábado 12:

Eclo 48, 1-4. 9-11. Elías volverá.

Sal 79. Oh, Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Mt 17, 10-13. Elías ya ha venido, y no lo reconocieron.