La Magdalena se refería María al cuerpo muerto de Jesús, a su cadáver que debía estar en el sepulcro y había desaparecido.
Hasta en tres ocasiones tuvo que contar a distintas personas esta fatalidad que le infligía un sufrimiento insoportable que le corroía las entrañas. Dicen que, además, para colmo de males, las mujeres tienen asociadas las emociones a los recuerdos, así que cada vez que María Magdalena tuvo que recordar esta circunstancia sentía como la experimentó por primera vez esa angustia indescriptible de quien está más muerto que vivo.
Ciertamente, Jesús había sido sepultado, pero realmente con su muerte también la vida y la esperanza de María Magdalena se habían enterrado en el sepulcro. Era como lo que algunos llaman un zombi, un muerto viviente. Vagaba sin rumbo ni sentido. Sin paz y sin aliento. Era como una mujer muerta en vida. Nos la imaginamos fácilmente durante el sábado santo, incapaz de recibir consuelo, recordando todos los momentos de su vida junto a Jesús, aquel que le dio una vida nueva cuando ella ya no podía soportar la suya. Maria Magdalena probablemente no durmió apenas aquella noche. Son suyos los sentimientos y las palabras de la mujer del Cantar de los Cantares: “Abrí yo misma a mi amado, pero mi amado se había marchado. El alma se me fue con su huida. Lo busqué y no lo hallé, lo llamé y no respondió. Me hallaron los centinelas, los que rondan la ciudad. Me golpearon, me hirieron, me despojaron del chal los guardias de las murallas. Yo os conjuro, muchachas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿qué le habéis de decir? Que estoy enferma de amor” (Ct 5, 5-8). Seguro que fue la primera en salir de casa aquella madrugada. “Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (sal 62,2). Sería su oración en aquella hora, o quizá esta otra: “Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: «¿Dónde está tu Dios?»” (sal 41, 2-4). Estos salmos describen también de manera admirable la sequedad de su alma.
María después de encontrar el sepulcro vacío fue avisar a los apóstoles. A ellos les contó por primera vez lo que le había sucedido: “no sabemos dónde está”. Cuando se quedó sola en la puerta de la tumba se le apareció un ángel preguntándole porque lloraba. Ella en esta segunda ocasión, al contar lo que había sucedido: “no sabemos dónde está”, sintió un dolor aún mayor que la primera vez. Cada vez que lo contaba se hacía más consciente de lo que estaba sucediendo. Pero no quedó ahí la cosa porque todavía tuvo que contarlo una tercera vez. Se lo contó al mismo Jesús resucitado: “no sabemos dónde está” … Pero ella no pudo reconocerlo. Es más, confundiéndolo con el hortelano le pidió que si él sabía dónde estaba el cuerpo de Jesús, que se lo dijera para que ella se lo pudiera llevar. No sabía lo que decía. Jesús, entonces, la llama por su nombre: “María”, y ella responde: “maestro”. Cuando lo reconoce en su voz y en su palabra, entonces y no antes se dio la vuelta. Esta es la conversión: darse la vuelta para mirar a Jesús cara cara. Dejar de darle la espalda y quejarse uno todo el rato de no verle.
Cuando uno está tan triste y solamente puede llorar, el problema es que no se ve ni siquiera lo que se tiene delante. Hasta cierto punto, es normal que María no reconociera a Cristo resucitado porque ella está buscando a un muerto. Cuando uno busca un muerto nunca lo encuentra vivo, simplemente está fuera de su restringido campo visual. Nos sucede a veces cuando nos aferramos a recuerdos del pasado o estamos anclados en la nostalgia o bloqueados por la pena o el arrepentimiento. Se nos ha parado el reloj en esa hora. Nos cuesta entonces reconocer a Jesús, básicamente porque lo buscamos donde no está. Jesús está en la realidad y no en nuestros pensamientos ni recuerdos, tampoco en nuestras fantasías y planes de futuro. Está aquí y ahora: “Presente”.
Este tiempo de Pascua es la ocasión propicia para dejar de dar la espalda a Jesús y de llorarle como si estuviera ausente, para darnos la vuelta y mirarle cara cara y agradecerle todo sabiendo que él está presente.
Jesús sacó a María del sepulcro de su pasado y la orientó en la dirección adecuada. Se iba a convertir en la apóstol de los apóstoles. Ya no tenía sentido lamentarse por el pasado, ahora había que sacar adelante y llevar hasta el final la misión que se le encomendaba. Y no le iba a resultar muy difícil porque aun en el supuesto de que no pudiera articular palabra alguna, todo su ser podía hablar sin necesidad de abrir los labios. Ella tenía ahora como grabado en su cara el rostro del resucitado.
Esta es nuestra misión: ir a todos y dar testimonio: “He visto al Señor y ha dicho esto”
Nuestra Fe es de vida, de alegría, de luz. Adoramos a un Dios vivo, que está con nosotros en la Eucaristía, que no nos abandona. Hace apenas tres días vivimos la Pascua y experimentamos el paso de las tinieblas a la luz y ahora somos como antorchas encendidas, es nuestra obligación alumbrar al mundo y trasmitir la Buena Nueva: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! ¡El Señor nos ha llamado a todos y cada uno de nosotros por nuestro nombre! Feliz Pascua para todos.
Comentario al Santo Evangelio según San Juan 20, 11-18, (06/04/2021)
«He visto al Señor»
En el Evangelio de hoy, vemos a María Magdalena llorando junto al sepulcro de Jesús y: mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Al rato, el mismo Jesús en persona le vuelve a preguntar: Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Jesús, hoy, te pregunta: ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?: dos preguntas existenciales.
Deja que estas preguntas lleguen hoy a lo profundo de tu corazón.
Al igual que María, quizás te encuentres en una encrucijada existencial, quizás necesites claridad, luz, consuelo… Jesús te insiste: ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? En el caso de María era tal la confusión que confundió a Jesús con el hortelano pero, de repente, Jesús le llamó por el nombre: María, y ella se conmovió, se emocionó y cayó a sus pies.
Ante la pregunta existencial, María descubrió la respuesta esencial: el encuentro con Jesús vivo y resucitado. Piensa, además, en cuántos familiares y amigos se están interrogando también con el: para dónde, a quién buscas, por qué lloras. Cuántas personas, quizás cercanas a ti, están acudiendo a sepulcros vacíos. Por eso los creyentes, además de habernos encontrado personalmente con Jesús, tenemos que dar valor al encuentro cercano, a las relaciones cortas pero reales, al cuidado de personas que han vivido mucho dolor y que no han podido expresarlo. Tendremos que buscar espacios y momentos para poder charlar, escuchar, llorar juntos recordando a nuestros seres queridos.
No olvides tres buenos consejos, en caso de que tengas que acompañar en el duelo a algún familiar o amigo. Primero, no intentes dar soluciones fáciles y rápidas tales como: No te preocupes, El tiempo lo curará, Es el destino, Ha dejado de sufrir. En segundo lugar, anima a no tener prisa; el duelo requiere de un tiempo para ir acomodando todo: sentimientos, reacciones, experiencias. Y, en tercer lugar, anima también a no tener miedo de hablar de ello, pues dejar de hablar no suprime el dolor, pero compartirlo sí puede hacerlo y…, lo olvidaba, tranquila, tranquilo: Dejar de llorar no es dejar de amar. Vístete de colores, pues el mejor luto y reconocimiento a los que se marcharon anticipadamente no es llorar sino vivir.
Reza el Rosario cada día, es voluntario, rezarlo, es bueno decirle a la Virgen: Sí, quiero hacerlo cada día, y pedir por la Paz del Mundo. Por las mujeres y hombres que venden su cuerpo y son utilizadas/os. Por todos los enfermos terminales, y sus familiares
Vuestro hermano en la fe: José Manuel.
josemanuelgarciapolo@gmail.com
Feliz Pascua de Resurrección.
“… He visto al Señor…”
“… dones celestes …”
“… agua de sabiduría…”
“… aspirad a los bienes de arriba…”
“… gozar en el cielo de la alegría…”
“… la felicidad eterna…”
Reina del cielo intercede por nosotros
Es tan bonito, que sientes tan real los sentimientos de María Magdalena, como tuyos. A Jesús presente mirandote a los ojos, con dulzura. Mirarme así siempre, Señor!!!!!!
Esta noche nos fael comentario del Padre. Mi intension intentar it antes de la Misa de 7 y poder Confesa
Hoy me he despertado con la imagen de mi primo , casi hermano, Juan Antonio. Que te pasó Juancho. Su madre murió siendo el de uno o dos años. Su padre volvió a casarse pocos años después. Con una persona buenísima, que acogió a estos cuatro hijos . Este matrimonio tuvo otro tres. A Juancho le faltaba el calor de su madre. Ya creció , quiso hacer la carrera de derecho pero no sé por qué se presentó a policía secreto y empezó con los complejos por esa causa. Se casó, tuvieron tres hijos, el mayor por lo visto era algo amanerado. Yo estaba ya casada y en el extranjero . Allí me enteré de la tragedia. Se había suicidado en el Calvario, una finca heredada por ellos de mi abuela. Dios Mío Misericordioso. Tú sabes que tragedia arrastraba consigo Señor. Madre Amorosa, intercediste por él en su último momento.? Es mi dedo querido Juancho, que al final hayas encontrado la Paz