Ayer hice una escapadita rápida a Zaragoza, cosas que permite que haya tren de alta velocidad. Zaragoza, visitar a la Virgen del Pilar, comer con mi hermano que termina unos ciclos de quimioterapia y vuelta para la adoración del Santísimo en la parroquia a las 19:30 (con descanso para escribir el comentario). Hace tiempo que no viajaba y me he quedado asombrado que en plena era digital el gran negocio es la cartelería en papel. Hay como unos doscientos cincuenta millones de avisos desde que entras en la estación de tren hasta que sales. Mascarillas, distancia de seguridad, sitios reservados, gel hidro alcohólico, vaya por la derecha, no se le ocurra girar a la izquierda, vaya más deprisa, no corra…, es agotador. Pero todos cumplimos las normas escrupulosamente y como se te deslice la mascarilla por debajo de los agujerillos de la nariz recibirás una mirada de odio de los que te rodean como si fueses un asesino en serie.

“No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.

En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.”

Cuando vivimos en una época sobre legislada, en que tenemos cien mil leyes distintas de obligado cumplimiento, parece que todo el mundo tiene derecho a poner leyes menos Dios y su Iglesia, que con no disculparse por existir es bastante. Las leyes humanas suelen nacer para poner orden en la sociedad. Las leyes de Dios, y por lo tanto también de la Iglesia, nacen del amor de Dios por nosotros. Y para el amor no hay cosas pequeñas. Si hoy viene alguien a Misa sin mascarilla seríamos capaces hasta de echarle del templo. Si le dices a alguien que haga el favor de vestirse bien para venir a Misa, que lleva menos ropa que cuando sale de la piscina, eres un integrista, dictador y enemigo de la libertad. Si este mes muchas empresas adornan sus negocios o establecimiento con la bandera arco iris son amantes de la libertad. Si predicas que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer pueden multarte. Si me invento la plegaria eucarística soy creativo, si leo lo que pone en el Misal soy un rigorista. Un amigo sacerdote, al que Dios llamó a su lado muy joven, cuando iba a celebrar a algunas casas de religiosas, de esas que tenían mejores cosas en el trastero que en la capilla, les decía a la hora de revestirse: “¿Ustedes dan mucha importancia a la casulla y esas cosas?” A lo que contestaban las religiosas: “No, padre, a nosotras nos da igual.” Y el sacerdote les decía: “Pues si les da igual me traen una para que me la ponga.”

Los cristianos tenemos el derecho, casi diría que el deber, de conocer y amar los mandamientos, que no son sólo letra, sino Espíritu que da vida. Dios no nos ha llamada a buscar el consenso, sino a decir: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.”

Hace unas décadas vivíamos un ataque a todo lo que fuesen mandamientos, ahora vivimos en el desconocimiento. Pregunta cuántos a tu alrededor se saben los mandamientos de la Iglesia. Pues vamos a vivirlos y enseñarlos, para poder escuchar: “Siervo bueno y fiel, como has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor.”

Nuestra Madre del cielo y San José se dedicaron a cuidar lo pequeño de Jesús, dejémonos de grandes manifiestos y cuidemos “lo menos importante” y entonces sí será verdad que cuidamos de “los menos importantes” con hechos y de verdad.