Santos: Metodio, Eterio, Quinciano, Gerásimo, Docmael, confesores; Valerio, Rufino, mártires; Marciano, Fortunato, Gervoldo, Simplicio, obispos; Félix, Anastasio, presbítero, Digna, virgen, mártires cordobeses; Ricardo, abad; Eliseo, profeta.
Terrible y formidable hombre de Dios, vencedor de los enemigos y bienhechor de los fieles. Testigo de Dios y cumplidor fiel de sus promesas fue el sucesor, discípulo y continuador de la obra de Elías.
Cuando llegó el torbellino, Eliseo clamaba estupefacto ante lo que veían sus asombrados ojos «Padre mío, padre mío». Y es que Eliseo le había ido pidiendo a su maestro que le dejara en herencia sus poderes sobrenaturales; Elías le puso como signo de concesión que pudiera verle en el momento de su arrebato inminente al cielo. El maestro y el discípulo acababan de pasar, andando y por el lecho seco, el río Jordán después de haberlo roto Elías con su manto.
Nació en Abelmeula, de la tribu judía de Manases, en las cercanías de Scytópolis, hijo de Safat. Su nombre significa «salud de Dios». Elías lo encontró arando las tierras familiares, puso sobre él su capa, y se lo llevó. Ya no se separó más el discípulo de su maestro hasta el momento último y fantástico en que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego.
Ahora, había cogido del suelo el manto que Elías dejó caer en su rapto y, vuelto Eliseo a la orilla del Jordán, golpeó como lo había visto hacer a su maestro poco antes. Al segundo golpe, las aguas se abrieron y supo que el poder de Dios que tuvo Elías seguía con él. A partir de este momento empleó sus días en procurar el bien de Israel, combatiendo la idolatría, demostrando con el portento del milagro que el verdadero Dios es exigente en asuntos de fidelidad.
La misión encomendada fue llamar al pueblo de Israel al culto legítimo a su Dios. Y no permitió obstáculo que lo impidiera.
Para ello protegió a los ejércitos de Israel en la lucha contra los moabitas en atención al piadoso rey Josafat; y en Dotain venció a los sirios. También premió a la mujer de un profeta que se había arruinado por atender a los hombres fieles, llenándole todas las vasijas de aceite con la que pudiera pagar sus deudas y comer ella y sus hijos. A la mujer sunamita, que era estéril y su marido ya viejo, le da un hijo como paga de profeta por sus servicios, alimento y hospedaje. Venga la detestable idolatría del petulante pueblo con azote de Dios, cegando a los ladrones, maldiciendo a los incestuosos, y destruyendo el abominable culto a Satán con sus adoradores en Betel, donde estaba establecido el odioso culto al becerro de oro. Resucitó muertos y ungió como rey de Israel a Jehú, con el encargo de destruir de parte Dios a la casa de Acab, como castigo de la sangre derramada por la malvada Jezabel, profetizando que se la comerían los perros, sin dar lugar a que tomara sepultura.
Curó al leproso Naamán, mandándole se lavara siete veces seguidas en el río Jordán. Era este pagano un general del rey de Siria, pero la esclava hebrea le había informado de la existencia de un milagroso profeta en su tierra. Prepara la caravana con regalos de oro y plata como obsequio, son joyas de presentación obligada al rey de Samaría para obtener benevolencia y conseguir que mande al profeta lo que debe hacer. Pidió Eliseo la presencia de Naamán para que se enterara el mundo de que Dios tiene un profeta en Israel; ni siquiera quiso recibirlo; solo mandó con su criado el recado de que se bañara siete veces seguidas en el Jordán para encontrar el remedio. Se decepcionó con enojo el importante sirio, se mostró despreciativo de las bondades del agua del Jordán; menos mal que fue obediente por lo fácil de la medicina y obtuvo un resultado perfecto con su curación de la lepra, sin que Eliseo, el hombre de Dios, quisiera recibir sus ricos dones.
Eliseo clamó por la fidelidad y pureza del pueblo al único Dios que debe ser servido y fulminó con santa ira al pecador infiel. Fue un hombre formidable y terrible. Su historia es el relato de prodigios y portentos divinos en época oscura, bárbara e imperfecta; pero le falta al viejo profeta la dulzura, humanidad y sencillez de los milagros de Cristo. Es como el boceto de un maravilloso cuadro futuro, como un anticipo imperfecto de un futuro de plenitud.
Murió Eliseo durante el reinado de Joás.
Narra ampliamente su historia el libro II de los Reyes. San Jerónimo la comenta apasionadamente, asegurando, como detalle, que permaneció virgen durante toda su vida.