Este año dos domingos coinciden con una solemnidad. El 25 de julio celebramos al Apóstol Santiago y el 15 de Agosto la Asunción de la Virgen. Ello hace que la lectura continua del evangelio de san Juan quede sin su inicio y sin parte de su contenido central. Aún así todos conocemos el conjunto y que tras la multiplicación de los panes y los peces Jesús, ya en la otra orilla del lago, pronunció una larga enseñanza que es conocida como “Discurso del pan de vida”. Algunos comentaristas consideran que si Juan no narró en su evangelio la institución del sacramento de la Eucaristía y si, en cambio, el lavatorio de los pies durante la última Cena, fue porque toda la doctrina sobre la Eucaristía como sacramento de la presencia del Señor (su carne, su sangre) se encuentra en este discurso de Jesús.

Como en la sinagoga de Nazaret, ante las palabras sorprendentes de Cristo, apareció el prejuicio racionalista. Aunque han visto un milagro no pueden evitar el poner objeciones en cuanto Jesús comienza a enseñar. Encontramos aquí unas palabras de Jesús que nos pueden servir para muchos momentos: “No critiquéis”. A veces desatendemos enseguida una enseñanza porque sus primeras palabras nos sorprenden, y no cabe duda de que las de Jesús lo eran “yo soy el pan vivo bajado del cielo”. Pero hay que tener paciencia y escuchar. No podemos desactivar el mensaje antes de que nos sea entregado en su totalidad. Igualmente, ante lo que no entendemos no cabe el rechazo inmediato, sino que lo prudente es la reflexión pausada.

Jesús después explica un poco más. Porque “el pan vivo”, que es él, también es “pan de vida”. Y por eso ha bajado del cielo, refiriéndose a su encarnación, para que por él tengamos vida.

Jesucristo utiliza la imagen del maná en el desierto para hacer una comparación. Los israelitas comieron de aquel pan (que bajaba del cielo, pero no como Jesús que no cayó de lo alto sino que vino de junto al Padre). Les sirvió para sostenerse en la larga travesía hacia la tierra prometida. Pero ellos murieron. Es decir, aquel pan (el maná) no daba la vida eterna. En cambio Jesús sí que da la vida eterna. Es el pan vivo que comunica sus propiedades. Después Jesús aún añade algo. Ese pan es u misma carne. Y esa carne es la que ofrecerá en la cruz “por la vida del mundo”.

Muy resumidamente tenemos aquí toda una enseñanza sobre el misterio de la Eucaristía, que es el sacramento de la presencia de Jesús (verdaderamente el pan y el vino se convierten en su cuerpo y su sangre), es sacramento sacrificio (porque en la misa se actualiza el sacrificio de la Cruz en el que Jesús entregó su vida por nuestra salvación) y es sacramento comunión (quien come su carne tiene vida eterna, porque se une a Jesús).

La primera lectura, de la historia de Elías, nos habla en figura de la importancia de participar de la Eucaristía para recorrer un largo camino. Sólo el que ha bajado del cielo puede llevarnos al cielo. Sólo el que ha venido de Dios y se ha hecho uno de nosotros puede hacernos partícipes de la vida misma de Dios.

Pidamos a santo Domingo, cuya memoria se celebra hoy, que nos ayude a crecer en el amor a la Eucaristía.