En aquel tiempo, habiendo echado Jesús un demonio, algunos de entre la multitud dijeron: «Si echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios.» 

Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo.

Él, leyendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú; y, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama. Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, da vueltas por el desierto, buscando un sitio para descansar; pero, como no lo encuentra, dice: «Volveré a la casa de donde salí.» Al volver, se la encuentra barrida y arreglada. Entonces va a coger otros siete espíritus peores que él, y se mete a vivir allí. Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio» (Lucas 11,15-26)

En cierta ocasión, refiriéndose al rechazo por parte de algunos sectores eclesiales de una nueva realidad carismática en la Iglesia, el papa emérito Benedicto XVI dijo: “no reconocer la mano de Dios en este signo de esperanza, y no unirse a sus iniciadores y miembros ante los ataques de los enemigos de la Iglesia, es tomar la dirección equivocada ante la sentencia de Jesús: El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt. 12, 30).

Sin duda, entre los miles de situaciones en las que ésta sentencia de Jesús pueden provocar en nosotros una llamada a la reflexión, la concienciación y la conversión, esta es una de las situaciones más importantes, más concretas, y más actuales para los cristianos de hoy. De hecho, en este mes en el que comienza la fase diocesana del Sínodo sobre la Sinodalidad, esta llamada se hace urgente y determinante.

Si la sinodalidad es la aplicación al modo de vivir las relaciones en la Iglesia de la espiritualidad de comunión, que a su vez se fundamenta en el misterio mismo de la Iglesia como Comunión, podemos decir que mirar con ojos nuevos no sólo a cada uno de los hermanos que con nosotros forman parte de la comunión eclesial, aunque sean muy distintos de nosotros en muchas cosas, significa también mirar con ojos nuevos a todos y cada uno de los carismas en la Iglesia y a todas y cada una de las instituciones eclesiales fruto de esos mismos carismas. Es la oportunidad de ensanchar mi experiencia de comunión, pues amándoles a ellos, y acogiéndolos y queriéndolos como hermanos, estoy llamado a amar y acoger como propio los carismas que abrazan, ya sean los carismas que sostienen ordenes religiosas e institutos de vida consagrada, como los que sostienen los nuevos movimientos y comunidades eclesiales, y las mismas instituciones de la iglesia que estos carismas han suscitado. Y es que entre los miembros del cuerpo, la diversidad no es una anomalía que debe evitarse, por lo contrario, es una necesidad benéfica, que hace posible llevar a cabo las diversas funciones vitales. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo (1Co 12, 19-20)”.

Y podré hacer esta experiencia de comunión queriendo el carisma de los demás tanto como el propio, consciente de que acoger y acompañar con humildad, sin juzgar a la ligera, los carismas eclesiales en sus múltiples manifestaciones en cada iglesia particular, es amar a María en la Iglesia, pues estos carismas representan su perfil mariano, que como decía San Juan Pablo II “es igualmente -si no lo es mucho más- fundamental y característico para la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino, al que está profundamente unido… La dimensión mariana de la Iglesia antecede a la petrina, aunque esté estrechamente unida a ella y sea complementaria”.