DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO

san Marcos 10, 35-45

Incomprensible resulta el Amor de Dios. Habiendo creado al Hombre, lo colma con toda clase de bienes y lo hace “a su imagen y semejanza”.

Después de haber negado el hombre y la mujer a Dios, Él recuerda su alianza, y, sin necesitar para nada del ser humano, mantiene su mano tendida hacia ellos … Pero el que todo un Dios entregado, despreciado y olvidado por una criatura a quien no necesita, tras hacerse Él mismo hombre, se acerque al ser humano de rodillas y, lavándole los pies, se postre ante él, hemos de confesar que somos incapaces de entenderlo.

Como la Virgen, debemos hacernos “esclavos de Dios”. Al Señor le debemos todo, y tendríamos que desear entregarle nuestra vida, aunque sólo fuera para reparar lo mucho que le hemos ofendido… y seguimos ofendiéndole.

Por otra parte, pensar que ese Dios, a quien todo debemos y a quien hemos ultrajado, se hace siervo nuestro, se mancha con nuestros pecados, saldando en una Cruz nuestras deudas, se nos escapa absolutamente.

Cristo nos ha robado el corazón, y al mirar un Crucifijo, apenas podemos decir nada …  un abrazo de asombro y alegría debería estrecharnos contra Él.

Como el abrazo de la Santísima Virgen, al bajar a su Hijo de las Cruz, en el que cabe todo nuestro cariño hecho ternura, nos hacemos hueco en el costado abierto de Jesús … ¡Te quiero, Dios mío!