- En la primera lectura una exhortación necesaria cuando avanzamos en el tiempo cuaresmal: “¡Vamos, volvamos al Señor. Porque él ha desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos vendará”. Oseas habla a Israel, que tiene la experiencia de que Dios siempre está presente en su historia. Por eso los males pueden percibirse también como una llamada a la purificación y a la conversión y nunca se pierde la esperanza en la intervención salvadora de Dios.
- “Vamos, volvamos al Señor”. Es algo que podemos oír cada día. Pero también experimentamos la dificultad para la oración sincera. Pedir al Señor buena disposición del corazón. La parábola del fariseo y del publicano que acudieron al templo nos alerta del peligro de presentarnos ante Dios sin reconocer nuestra pequeñez y nuestro pecado.
- Ciertamente todo se puede tergiversar. Leo en una novela de Joan Sales el sarcasmo de un personaje que comenta cómo después de pecar se dirige “para postrarme en alguna iglesia olvidada, totalmente desierta y muy oscura, con los ojos fijos en la lámpara del Santísimo Sacramento para dejarme arrastrar en la dulzura del arrepentimiento. Sí, es muy dulce poder decir a aquel Dios crucificado y olvidado: Señor, eres precisamente Tú quien nos enseñó este truco, este formidable truco, la oración del publicano”.
- Pero Dios conoce nuestro corazón y también nosotros sabemos que no se trata simplemente de decir palabras. Petición de la auténtica compunción del corazón.
- Esto también ayuda a darse cuenta de la bondad de Dios, de su amor infinito y de la misericordia que no deja de manifestarnos. El fariseo denigra a sus hermanos al juzgarse distinto y mejor que ellos, pero también rebaja a Dios. Hemos de dar gracias a Dios por las cosas buenas que hacemos, que tienen en el su origen. Él nos hace capaces para el bien y, con su gracia nos mueve a hacerlo. Pero el fariseo da gracias por lo que le distingue. De esa manera nos dice también que no concibe su vida como un don para los demás. Dios al amarnos nos capacita para amar.
- El publicano, con su oración humilde y sus golpes de pecho, abrió la fuente para que manara abundante la misericordia., por ello volvió a su casa justificado.
- Como en otras ocasiones un texto muchas veces oído, leído y pensado y, sin embargo, sigo sintiendo la necesidad de que Dios me empuje a la verdadera humildad. Que la Virgen María nos ayude.
Queridos hermanos:
No te quedes en lo que eres, menos en lo que los demás piensan de ti, ni en las etiquetas que te han colocado. Confía en Dios, ábrete a Él, háblale desde el corazón. No es la apariencia la que nos salva, por eso, en la relación con Dios abre tu corazón siempre, sin temor a un Dios, porque Él te ama.
El fariseo se siente seguro, acude a Dios pero, a la vez, le está impidiendo que actúe en su vida, pues, como buen cumplidor, todo lo hace bien; no necesita de un maravilloso Dios que lo levante y le salve.
Su alabanza va dirigida a sí mismo, tan solo le avisa a Dios, como si tuviera la obligación de actuar abundantemente en su vida, fruto de sus buenas obras. Su oración es exigencia a Dios: «He hecho el bien luego te tienes que portar bien conmigo». Dios se convierte en su público, pero no en su Salvador. El fariseo se comporta como un buen cumplidor.
Te invito a que vivas desde tu condición de hijo y que acudas a Dios como Padre, también en tus límites y caídas, para experimentar el amor incondicional y generoso que Dios te tiene. Eres amado, amada, por Dios; celébralo siempre.
Reza cada día el Santo Rosario, con nuestra Madre, la Virgen Maria la Reina del Cielo. Pídele por la Paz en el Mundo. Tu hermano en la fe: José Manuel.