Comentario Pastoral


LA FE EN EL RESUCITADO

Este domingo, que cierra la octava de Pascua, suele llamarse in albis, es decir, de las vestiduras blancas que habían llevado los nuevos bautizados durante toda la semana. En muchas iglesias, la presencia de los nuevos cristianos que han sido bautizados en la Pascua, y que participan en esta asamblea dominical congregada para la fracción del pan, es ocasión propicia para tomar conciencia de las exigencias de la fe en el Resucitado.

Todos, cristianos de ayer o desde hace mucho tiempo, somos de alguna manera «recién nacidos», tenemos la necesidad de comprender mejor «que el bautismo nos ha purificado, que el Espíritu nos ha hecho renacer y que la sangre nos ha redimido», como reza la Oración colecta de la Misa.

El relato de la aparición de Cristo a los diez apóstoles y luego a Santo Tomás muestra aquí su luz y su certeza, a la vez que expresa por boca del mismo Tomás la fe de todas las generaciones cristianas: «Señor mío y Dios mío».

Debemos pensar que los cristianos muchas veces, como los apóstoles, estamos encerrados por el miedo a los hombres y unidos por la muerte. Es necesario que venga y se aparezca Cristo, que abra puertas y ventanas, para que salgamos a testimoniar la fe pascual, a proclamar que con la Resurrección el futuro se ha hecho presente. Este futuro nuestro es cuestión de fe, no de evidencia. Por eso es necesario superar un concepto táctil y comprobador de tener que meter las manos para estar seguros de lo que creemos. Es también necesario atender y aceptar el testimonio de los hermanos que afirman: «hemos visto al Señor». No es la visión física, sino la visión interior, fruto de haber recibido el Espíritu Santo, lo que nos hace creyentes.

Hoy todos somos enviados a los hermanos para encontrar y ver en la fe a Cristo resucitado. ¡Él está en los demás! Lo encontraremos en donde haya dos o más reunidos en su nombre. En la asamblea litúrgica de este Domingo de Pascua podremos vivir la alegría en la certeza final y el gozo de ver al Señor presente en el sacramento de la eucaristía. Ser cristiano es creer en la Resurrección de Cristo, es creer que la muerte se torna en vida, la tristeza en gozo, la prueba en gracia. El cristianismo es luz y alegría.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 5, 12-16 Sal 117, 2-4. 22-24. 25-27a
Apocalipsis 1, 9-1 la. 12-13. 17-19 San Juan 20, 19-31

 

de la Palabra a la Vida

Aparece Tomás, en este segundo domingo de Pascua, con cierta desventaja sobre los otros discípulos: Todos han pasado el mismo mal momento por la muerte del Señor, la decepción y el sinsentido se han adueñado de ellos. Sin embargo, cuando Tomás vuelve a casa, donde el resto están encerrados, no encuentra abatimiento ni silencio, sino alegría y fortaleza. Seguramente, la incomprensión con la que vivía se convirtió en un disgusto aún mayor cuando escuchó las razones de sus amigos. ¿Cómo lo iba a dejar fuera el Señor de algo así, con todo lo que habían vivido juntos? Pero ¿cómo iban a engañarlo todos con algo tan serio? Tomás no encaja todo por la incredulidad. La fe es necesaria para poder comprender y acoger toda la realidad, más aún en los momentos de decepción.

Por eso el domingo de Tomás es el domingo de la fe: «Dichosos los que crean sin haber visto». Tomás está necesitado del mismo Cristo, para poder ser después él mismo testigo ante otros del evangelio. Pero el Señor no aparece de inmediato. No deja pasar una tarde, no espera sólo hasta la mañana siguiente. Espera ocho días. Toda una semana de silencio y de duda. La decepción de cada noche iría, seguramente, en aumento, pues no recibía confirmación mientras los otros avanzaban de otra manera.

El domingo es el día de la reunión, el domingo es el día de la presencia del Señor, el domingo es el día del testimonio cristiano. Antiguamente, todo bautizado tenía claro cuándo era el momento de volver a la Iglesia, tras haber recibido la iniciación cristiana en la noche pascual: el siguiente domingo, con su vestidura blanca, signo de la limpieza y la luz pascual, de la vida eterna.

La memoria del Señor se fortalece día a día, pero se alimenta primordialmente por la celebración del domingo, el día en que actuó el Señor, día que es nuestra alegría y nuestro gozo. Los creyentes esperan el domingo para hacer memoria de la acción de Cristo resucitado en el domingo, en favor de sus discípulos y de toda la Iglesia. Los no creyentes deberían, al ver a los cristianos y su ejemplo, decir: También nosotros queremos hacer fiesta otra vez. Y el motivo de la fiesta no es otro que Cristo. ¿Hacemos fiesta cada domingo? ¿Cristo resucitado y la Iglesia son motivo para que hagamos fiesta en casa, en la familia, cada domingo? El domingo es el día que apareció Cristo a los apóstoles, y tantos están necesitados de que el Señor les aparezca, les reanime en su esperanza, les haga perseverar… La Iglesia se convierte en apóstol valiente y decidido de Jesucristo, muerto y resucitado, cuando da testimonio de que el domingo es el día del Señor, el día más feliz de la semana porque el resucitado apareció, y volvió a aparecer, y dio el Espíritu Santo vivificador, en domingo. Y como no creemos en las casualidades sino en el orden y la lógica divinos, festejamos el domingo, día en el que, como aquellos once recordaron que se les había aparecido el Señor, y como Tomás esperamos que venga de nuevo para que podamos verlo y tener con Él una comunión perfecta.

La vivencia del domingo es esencial para los cristianos, y este segundo domingo de Pascua quiere hacernos reflexionar sobre nuestra capacidad para hacer de este día el primero y ejemplar para todo, sobre nuestro deseo de salir y dar testimonio de por qué estamos contentos no en nada hecho por nosotros, sino en que «actuó el Señor». ¿Cómo es mi domingo? ¿Qué he aprendido de Tomás y de los otros? ¿Experimento la misericordia del Señor, que me llama a creer hoy, a creer en el seno de la Iglesia? Solamente así cobra sentido en nuestra vida la advertencia del Señor a los suyos: «Dichosos los que creen sin haber visto».

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Todos los signos de la celebración litúrgica hacen referencia a Cristo: también las imágenes sagradas de la Santísima Madre de Dios y de los santos. Significan, en efecto, a Cristo que es glorificado en ellos. Manifiestan «la nube de testigos» (Hb 12,1) que continúan participando en la
salvación del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración sacramental. A través de sus iconos, es el hombre «a imagen de Dios», finalmente transfigurado «a su semejanza»
(cf Rm 8,29; 1 Jn 3,2), quien se revela a nuestra fe, e incluso los ángeles, recapitulados también en Cristo:

«Siguiendo […] la enseñanza divinamente inspirada de nuestros santos Padres y la Tradición de la Iglesia católica (pues reconocemos ser del Espíritu Santo que habita en ella), definimos con toda exactitud y cuidado que la imagen de la preciosa y vivificante cruz, así como también las venerables y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico u otra materia conveniente,
se expongan en las santas iglesias de Dios, en los vasos sagrados y ornamentos, en las paredes y en cuadros, en las casas y en los caminos: tanto las imágenes de nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo, como las de nuestra Señora inmaculada la santa Madre de Dios, de los santos ángeles
y de todos los santos y justos» (Concilio de Nicea II: DS 600).


(Catecismo de la Iglesia Católica, 1161)

 

Para la Semana

Lunes 25:
San Marcos, evangelista. Fiesta

1P 5,5b-14. Os saluda Marcos, mi hijo.

Sal 88. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Mc 16,15-20. Proclamad el Evangelio a toda la creación.
Martes 26:
San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia. Fiesta.

1Co 2,1-10. Vuestra fe se apoya en el poder de Dios.

Sal 118. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero.

Mt 5,13-16. Vosotros sois la luz del mundo.
Miércoles 27:

Hch 5,17-26. Los hombres que metisteis en la cárcel están en el templo enseñando al pueblo.

Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha.

Jn 3,16-21. Dios mandó su Hijo para que el mundo se salve por Él.
Jueves 28:

Hch 5, 27-33. Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.

Sal 33. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

Jn 3, 31-36. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano
Viernes 29:
Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia. Patrona de Europa. Fiesta.

1Jn 1,5-10;2,1-2. La sangre de Jesús nos limpia los pecados.

Sal 102. Bendice, alma mía, al Señor.

Mt 11,25-30. Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla.
Sábado 30:

Hch 6,1-7. Eligieron a siete hombres llenos de espíritu.

Sal 32. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Jn 6,16-21. Vieron a Jesús caminando sobre el
lago