Acabamos de escuchar el relato de Mateo, en el que Jesús nos ofrece un buen criterio de discernimiento, una buena manera de conocer a las personas que se cruzan en nuestro camino, especialmente a aquellas que nos traen nuevas propuestas y nuevos caminos. Hoy el mundo está lleno de propuestas, hay tanto donde elegir que a veces se convierte en un problema, ya lo decía aquel filósofo en «Miedo a la libertad». Creo que en la Iglesia, que a ratos parecía aletargada, la sinodalidad es precisamente el caldo de cultivo de muchas propuestas nuevas, otras no tanto, del que se puede obtener muchos frutos del Espíritu, si, como ocurre con las de la sociedad, pasamos las ocurrencias por el tamiz del discernimiento.
Cuál es el criterio que nos ofrece Jesús, los frutos, es decir las consecuencias de las decisiones, los resultados… ciertamente Jesús no habla de cantidades, no es como un economista neoliberal que entiende como fruto elemental del trabajo la eficiencia que lleva al aumento de los márgenes, de los beneficios, no. Jesús propone algo cualitativo, que cada cosa sea lo que tiene ser, y en ese ser lo que se tiene que ser, en el ser con propiedad, es donde se encuentra la bondad, el buen fruto, en las personas el santo.
Así que sí queremos discernir correctamente sobre las propuestas y sobre las personas, con mirar con seriedad la realidad vital podremos descubrir si la propuesta es del Espíritu o más bien una solemne estupidez (si fuese yo jesuita diría que viene del mal espíritu). Desde luego si las propuestas nos hacen perder la identidad (te miro y no se si eres católico o budista), o, si esas propuestas una y otra vez repetidas a modo de mantra de modernidad, han dejado vacías nuestras iglesias o las de las confesiones protestantes pues parece evidente que no son obra del Espíritu.
Es complicado asumir propuestas de nuestra sociedad para la vida y santificación de la Iglesia, porque los frutos de nuestra sociedad no parecen de muy buena calidad, no dudo en que hay personas muy bien intencionadas que pretenden lo mejor para la humanidad, pero empezando por el cambio climático, siguiendo por el aumento progresivo de la desigualdad y terminando por la guerra, expresión de los peores frutos del ser humano, la realidad se vuelve terca y nos invita a, como mínimo ser contraculturales, cosa que por cierto desde el inicio fue el evangelio.
Cuando era niño, mi abuela no me mandaba a comprar al mercado la fruta porque decía que no sabía comprar. Yo llegaba al puesto y me parecían igual de bien todos los melones, no se me ocurría que el frutero pudiese ponerme algún melocotón pasado, y todavía menos que me hiciese alguna trampilla con el peso. Desde luego a ella no se le escapaba una. En la vida de la Iglesia nos pasa algo parecido, nos ofrecen mucho género, espero que podamos comprarle al Espíritu, el único tendero verdaderamente honesto que sólo vende propuestas de buena calidad, y que no compremos de forma irreflexiva exóticas frutas que no hay quien se trague.