Hace más de diez años estuve en Islas Galápagos, di un salto desde Guayaquil y allí me quedé unos días, impávido ante un paisaje reptiliano que te observa desde un pasado remotísimo. Es normal tomarte una cerveza y contemplar a la iguana marina mirándote a medio metro y pensando lo mismo que tú, ¿quién eres? A ver, estuve en un par de islas, porque son trece, y la vida no me daba para mucho más, pero deduje que en el instante en que el hombre se retira del mundo, llegan las especies animales y las vegetales a ocupar su puesto. Si dejamos la silla, nos la roban. Lo mismo concluía Pia Pera en su hermoso libro Aún no se lo he dicho a mi jardín. En su dedicación como jardinera bien dispuesta, percibía que las malas hierbas surgen inmediatamente en cuanto no hay cultivo humano, ni dedicación. La mala hierba funciona como un anticuerpo de la naturaleza, se defiende del orden humano para invocar su salvajismo.

¿Ha visto alguna vez el lector imágenes de los barrios abandonados de Detroit? Impresionan. En los 50, Detroit era la capital del motor. Allí se disparó la industria automovilística estadounidense, la Ford, la Chrysler, la General Motors. El país alimentó sus carreteras con la industria de Detroit. Sin embargo las recesiones y una serie de políticas desafortunadas, obligaron a una emigración brutal. La gente abandonó su lugar de trabajo, sus hogares, las iglesias. Hay barrios enteros que son fantasmas de un mundo perdido. Muchos edificios se caen a pedazos como vientres de animales jurásicos. Cuando el hombre no está y no hace hogar, la naturaleza se lo come todo.

Hoy tenemos a María Magdalena como protagonista del Evangelio, y no podía ser menos en el día de su fiesta. Es el ejemplo vivo de una casa habitada. Me gusta el concepto casa habitada. Allí donde se vive hay calor, huele de otra manera, no es olor del vivero cerrado, sino del caldo que se está haciendo. Es el presente continuo. María Magdalena amaba al Señor como el mejor de los discípulos, había entendido que al Señor no le interesaba llevar las cuentas de las buenas acciones, pagar los diezmos, mostrar públicamente las bondades. A Él sólo le interesaban los corazones dispuestos a perderse por amor. ¿Cómo sería el corazón de María Magdalena?, pues muy diferente a los lugares que he citado, en los que ha entrado el polvo, la hojarasca, la iguana, la herrumbre. El suyo había sido traspasado por la Vida.

Mucha gente se cree que se va a morir, y no sabe que sólo se muere cuando se peca, y pecar es dejar de amar por preferir abandonarse a las pasiones, que lo ocupan todo con su hojarasca, dejando el paisaje interior muy triste, peor que las fachadas de Detroit. María Magdalena no murió, porque amó. Quien ama vive para siempre, se alimenta del autor de la vida y vive confiado. Quien se elige a sí mismo, elige ver cómo se le van cayendo las ventanas, los dinteles de las paredes, los antiguos retratos…