“El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo”. El Señor nos previene de la existencia de un enemigo real, que constantemente está sembrado la cizaña en el corazón de los hombres. Y, sin embargo, es negada su existencia. Con una gran agudeza y sentido del humor C. S. Lewis afirma: “En lo que se refiere a los diablos, la raza humana puede caer en dos errores iguales y de signo opuesto. Uno consiste en no creer en su existencia. El otro, en creer en los diablos y sentir por ellos un interés excesivo y malsano. Los diablos se sienten igualmente halagados por ambos errores, y acogen con idéntico entusiasmo a un materialista que a un hechicero” (“Cartas de un diablo a su sobrino”, Prólogo).
San Pedro nos advierte de la necesidad de estar atentos a este sembrador de la iniquidad: “Vigilad, pues vuestro adversario el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe” (1 Pe 5, 8-9). El Papa Francisco no recordaba recientemente en la Exhortación Apostólica “Gaudete et Exsultate”, cómo “no se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás). Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal” (n 159). Es importante no perder de visto a este “enemigo”, porque no podemos ir a luchar con él contando sólo con nuestras fuerzas o nuestra audacia. Hemos de acudir a la fuerza del Señor, a la gracia de la oración y los sacramentos. “Por lo demás, reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder, revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir contra las insidias del diablo, porque no es nuestra lucha contra la sangre o la carne, sino contra los Principados, las Potestades, las Dominaciones de este mundo de tinieblas, y contra los espíritus malignos que están en los aires (Ef 6, 10-12).
El enemigo irá levantando sutilmente un muro que construye cada día añadiendo un ladrillo hecho de pequeños detalles de faltas en la convivencia diaria con quienes tenemos más cerca: una respuesta brusca, guardar en la memoria y remover pequeños agravios, la omisión de servicios, etc., que no damos importancia por ser pequeños. Necesitamos cada día, en el examen de conciencia y en la oración descubrir esa cizaña. Descubrir cada día cómo y dónde endurece nuestro corazón y rectificar, pedir perdón y reparar cada día. “Debemos ser muy conscientes de que el mal no es una fuerza anónima que actúa en el mundo de modo impersonal o determinista. El mal, el demonio, pasa por la libertad humana, por el uso de nuestra libertad. Busca un aliado, el hombre. El mal necesita de él para desarrollarse” (Benedicto XVI “Viaje Líbano 2012”).
Volvamos nuestra mirada a María y dejemos en sus manos la siembra que el Espíritu Santo hace en nuestras almas cada día, y llenos de confianza y esperanza estemos vigilantes ante el sembrador de la cizaña.