“¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José́, Simón y Judas? (…) Y se escandalizaban a causa de él”. Lama mucho la atención que se escandalicen de alguien que une a su enseñanza unos milagros, que deberían más bien constituir una prueba de la verdad de sus palabras. Sin embargo, le rechazan, se escandalizan, de su persona. Esta es, a mi parecer una de las claves: el escándalo no lo producen sus palabras o sus obras milagrosas ¡se escandalizan de la persona! Es decir, se escandalizan de la persona de Cristo. En el fondeo, se rechaza la persona de Cristo y no tanto su enseñanza. Y la clave de la vida cristiana es la unión con Cristo.
Lo esencial de la vida cristiana, como dice con fuerza San Pablo, es la unión con Cristo, hasta el punto de poder clamar: ya no soy yo quine vive, vivo yo; pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí (cf. Gal 2, 20). No se trata de una simple metáfora, sino la expresión de un misterio que nos desborda y que los primeros cristianos experimentaron con fuerza, particularmente los mártires que dieron su vida por Cristo ¿Vivimos nosotros con esa misma conciencia, con esa misma frescura en todo lo que nos acontece, en nuestras vidas? Hay que estar dispuestos a dar la vida por Cristo. No existe un cristianismo de teorías y doctrinas, ni un cristianismo “de bajo coste”. Ese vuelo no lleva al cielo. El coste, lo dice Él, es perder la vida: el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí la salvará (cf. Mc 8, 6). Como nos recordaba Benedicto XVI en su primera encíclica: “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, 1). Nos jugamos mucho en esto, porque el cristianismo no es un camino ético o un conjunto de verdades, aunque implica ambas cosas. Cristo sale a nuestro encuentro cada día y nos brinda su amistad antes que enseñarnos una sabiduría única. Por esto, nuestra libertad tiene cada día el reto de acoger a la persona de Cristo, de consentir en esa relación de amistad e intimidad que nos propone cada día.
Pidamos a su Madre, y Madre nuestra, que acojamos a su hijo en nuestro corazón y en nuestra vida.