san Mateo 22, 1-14
“Arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” ¡Cuánta gente tiene hoy un corazón de piedra! Son incapaces de inmutarse por nada, que no les afecte personalmente y nada les extraña. Si la piedra que tienen por corazón fuera un diamante tal vez valdría la pena llegar a descubrirlo, pero suele ser una piedra pómez, llena de aristas, que raspa a quién se acerca y es incapaz de que nada les cale. El acostumbrarse a vivir entre infidelidades, engaños, mentiras, falsos amores, etc., va petrificando poco a poco el corazón.
Cuando el corazón se va endureciendo se notan unos síntomas: Todo lo que se refiere a Dios molesta, vamos poniendo excusas … (“uno se marchó a la boda, otro a sus negocios, los demás echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos”), y parece que siempre hay cosas más importantes que hacer. La alegría se va perdiendo y aparece frecuentemente el mal humor.
Se nos hace difícil compartir los bienes materiales, pensamos que siempre hay personas que tienen más y será su problema ayudar y esa falta de generosidad se vuelve contra uno mismo, pues también somos incapaces de compartir su interior. Nos enclaustramos en nosotros mismos, y nos convertirnos en nuestros propios dioses que se perdonan y se bendicen, huyendo de la Reconciliación y la Eucaristía, pues ya no nos son necesarios.
Algunos pensarán que es exagerado, pero si no ponemos el corazón en Dios y por Dios en los demás, lo acabaremos entregando a nuestro mayor enemigo y, poco a poco, se irá convirtiendo en una dura piedra.
“Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.” El Señor puede devolvernos un corazón de carne. Aunque pensemos que estamos perdidos, el Señor mandará a alguien a “los cruces de los caminos” por donde pasa y conoceremos su misericordia.
Santa María y nuestro ángel de la guarda están en los cruces de todos los caminos por donde pasamos, esperando que, como ella, digamos: “Hágase en mi según tu voluntad” y recuperaremos la “alegría de la salvación.”
Querido hermano:
El tema central del Evangelio de hoy, es que todos estamos invitados al banquete; todos. Pero rechazarlo tiene también consecuencias. Dios, en el plan que tiene para cada uno, nos prepara lo mejor, pero no quiere que acojamos su amor a la fuerza.
La consecuencia primera de rechazar su amor es perder la orientación de nuestra vida: nos desenfocamos, perdemos el norte, olvidamos el valor de las cosas y el destino al que estamos llamados.
Pero, además, Jesús nos dice que no es suficiente aceptar la invitación. Para entrar en el banquete del Reino es necesario un estilo de vida que manifieste las enseñanzas de Jesús: «Al entrar el rey, para ver los comensales, observó que uno de ellos no llevaba el traje de fiesta».
¿Qué es llevar el traje de fiesta? ¿Qué consecuencias tiene el no llevarlo? Si Jesús nos hace una llamada a la excelencia, a dar lo mejor de nosotros mismos, no es para complicarnos la vida, sino para que descubramos su verdadero sentido, y la meta de vida plena y abundante a la que nos lleva la vida de gracia.
Dios nos llama a todos a participar en el banquete del Reino, sin importar edad, clase social, ocupación laboral, ideología política, orientación sexual, expediente académico, médico o penal.
Pero, solo serán admitidos los que respondan a la invitación cambiando su estilo de vida, es decir, vistiéndose para la ocasión. Rechazar la invitación, o no vestir de fiesta, nos lleva a negar la vida y el amor.
Dile sí al amor y vive en su frecuencia. La vida produce vida. El amor lo restaura todo. Reza cada dia el Santo Rosario con la Virgen Maria nuestra Madre del Cielo y de la tierra.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Amén. María y Angeles de Dios crucence por nuestros caminos.
Gracias por tan lindo comentario.
Bendiciones.