A lo largo del año litúrgico, no sólo en las últimas semanas ni durante el tiempo de Adviento en que es más frecuente, encontramos una llamada del Señor a permanecer en vela. Jesús dice “estad en vela”. La vigilancia ha de ser constante y abarca todo el tiempo de nuestra vida, pues está en la perspectiva del ladrón que puede presentarse en cualquier momento o del señor que ha de volver. Igualmente hace referencia a toda la historia, pues esperamos el retorno de Jesús, que aquí aparece mencionado como “el Hijo del hombre”. Por tanto es una vigilancia sobre cada uno y también atención al cumplimiento del plan de Dios sobre la historia.
De hecho, podemos interpretar las dos parábolas en esa dirección. La primera hace referencia a un ladrón. Ahí la atención se centra sobre lo que nos puede quitar a nosotros: los bienes que podemos perder. En ese sentido la vigilancia es sobre lo propio y podemos aplicarlo a la vida de la gracia. Somos responsables de los bienes que se nos han dado y hemos de cuidar el don de la gracia.
La segunda parábola, sin embargo, amplia el marco, pues se señala la misión y responsabilidad sobre otros. Hay un criado responsable que ha de atender a la servidumbre y les ha de dar la comida a sus horas. Aquí ya no se trata, por tanto, de guardar lo propio, sino de cuidar de lo ajeno. En este caso ese cuidado se extiende a velar por la seguridad y comodidad de la servidumbre.
Unidas ambas parábolas se ve fácilmente que la mejor manera de custodiar el don de la gracia es viviendo la caridad. La llamada de Jesús a permanecer en vela, por tanto, no nos lleva a vivir en el miedo, sino a ejercitar de forma continua la caridad. De hecho, al vivir el mandamiento del amor actualizamos nuestra fe y nuestra esperanza y también contribuimos al crecimiento del Reino.
Querido hermano:
En la vida algunas veces se gana y otras veces se aprende. Acabo de ver una película que me ha conmovido «Mientras estés conmigo». Relata la historia real de Jeremy Camp, un cantante cristiano que, en el extraordinario viaje del amor, pierde al amor de su vida, su mujer.
A pesar de todo, demuestra que siempre hay esperanza, incluso en medio de la tragedia; y que la fe, puesta a prueba, es la única que vale la pena compartir. No olvides, por loco que parezca, que tu vida no es plena pese a las dificultades y frustraciones, sino gracias a ellas.
Y no olvides tampoco, que tu vida en lo humano tiene fin. Por eso, no te aferres a lo que por naturaleza es pasajero y caduco. Pero sí intenta dar lo mejor cada momento, disfrutar de cada persona que te rodea, valorar cualquier detalle, ser agradecido con la vida, con Dios y con las personas que te rodean.
Recuerda que la vida es un regalo que Dios te da cada día; agradécelo y vívelo entregando tu vida, sabiendo que un día Dios te medirá en la balanza del amor.
Reza cada dia el Santo Rosario, con la Virgen Maria, recuerda, que a quien a Dios tiene nada la falta. Tu hermano en la fe José Manuel.