Apenas hace unos días que hemos retomado el curso y sin embargo, lejanas ya las vacaciones de verano, suspiramos, yo por lo menos, porque lleguen los viernes. Pueden estar seguros de que no soy el único. Los últimos años de mi vida he tenido la suerte de acompañar diversos grupos de chavales de secundaria y bachillerato, diversos grupos de universitarios, incluso de jóvenes profesionales, y en todos h percibido esa tensión por la llegada del viernes, paradigma del tiempo libre, del ocio y de la fiesta.
Hace unos años, en uno de esos grupos un chaval, que acabó siendo policía nacional, nos decía a sus amigos y a un servidor, que él prefería otra fiesta, la del domingo, y nos reíamos con cierta picardía ante semejante afirmación. Estaba yo recordando esto embelesado, casi saliendo de la oficina, cuando, como un relámpago el evangelio que la liturgia nos propone hoy ha venido a molestar, si, porque el evangelio nos despierta de esas ensoñaciones, muchas veces falsas y nos ponen enfrente de nuestra realidad.
Dice el Evangelio que si un ciego guía a otro ciego, se irán los dos al precipicio. Y pensaba yo, que los que desesperados en sus trabajos esperan su dosis de descontrol y olvido del viernes, con ansia, con fatiga, como yonkis de la irrealidad, son como esos ciegos que nos conducen al abismo. No sé si el ciego mayor es la sociedad en su conjunto que opta de forma irreflexiva por senderos que llevan a la muerte, no retórica, sino literal, o si se podrá identificar a los líderes del despropósito, en realidad me es indiferente. Lo realmente importantes es ser capaz de despertar y no por criticismo agudo o por amargura, sino porque los cristianos hacemos opción decidida y firme por la vida, no seguir a los ciegos, que, seguramente con su mejor intención, nos están llevando hacia el precipicio.
Por desgracia el mundo hoy, pese a todos los avances tecnológicos, pese a todos los derechos y protecciones que creemos haber conquistado, pese a todas nuestras comodidades no ha mejorado. Lleva un rumbo errático, seguramente cercano al precipicio, equivocado en el sentido de la existencia, y esto no es un análisis negativo, todo lo contrario, conocido e Evangelio, conociendo al Señor no caben lecturas catastrofistas, solo hay motivos para la esperanza, cuando despiertos del letargo, cuando hemos recuperado la capacidad de ver, cuando Dios nos ha curado la ceguera, podemos conducir sin miedo a los demás no al abismo, sino a la vida verdadera.
Así que te pido Señor que en este momento de descanso tu realidad irrumpa en mi vida como un balde de agua fría que me despierte, que me permita quitarme las legañas de la comodidad y del egoísmo que difícilmente me dejan ver y que así con la certeza de tu amor sea pregonero y guía del cielo.
Querido hermano:
Jesús llama «hipócrita» a quien quiere arreglar la casa de los demás y la suya la tiene al retortero. «Hipócrita», en la Grecia clásica, hacía referencia a aquellos que participaban en el teatro y se ponían máscaras, ocultando su verdadera identidad, fingiendo y simulando ser otras personas. El hipócrita es el que desempeña varios papeles, se viste de bueno, de galán, de honesto; sin embargo, oculta su verdadero ser.
Solo hay dos formas de evitar la hipocresía: la perfección y la sinceridad. La perfección es una meta que alcanzaremos en la presencia de Dios, aun cuando en este momento sí estamos llamados a ella.
Por ello, te invito a que seas sincero, y arregles primero en ti lo que ves en los demás. Cuida tu oración diaria, habla con Dios sin miedo, acude a la Eucaristía siempre que puedas y aliméntate del Pan de Vida eterna.
Confía en tu director espiritual, tu acompañante; solos no podemos. Vive también el sacramento de la reconciliación y solo después, cuando veas claro, ayuda a tu hermano a sacarse la mota de su ojo.
Cuídate para cuidar. Arregla tu casa. Reza en ella el Santo Rosario junto a tu familia cada dia, y veras como todo en tu vida cambia. Tu hermano en la fe: José Manuel.