Tal vez, si quisiéramos resumir el contenido de las lecturas de este domingo en una única palabra sería aquella con la que hemos titulado esta reflexión: arrepentidos.
Arrepentido de sus amenazas se presenta Dios ante Moisés, tal vez algo fuerte la imagen para nosotros. Dios aparece enfadado ante la traición del pueblo de Israel, Él que los ha sacado de Egipto y los ha llevado a la liberación se encuentra con que el Pueblo adora un ídolo hecho con sus propias manos. No me extraña que Dios se enfade es que los seres humanos somos de lo que no hay, tenemos la mala costumbre de morder la mano que nos da de comer. Desde luego que yo también sentiría el impulso de disciplinar al pueblo elegido, que anda despistado en sus cosas, alejado de su Creador. Sin embargo, Moisés «consigue» que se aplaque el pronto de Dios, no es el primero, también lo consigue tiempo antes Abraham. Parece ser que Dios también puede cambiar de opinión, sobretodo cuando se le cuela la misericordia por las rendijas del corazón.
Se han escrito y se escribirán cientos de tratados sobre como reaccionar ante la desobediencia, ante la traición, en el ámbito educativo la severidad, el castigo son dimensiones pasadas de moda, para muchos necesarias y tristemente olvidadas… no lo sé. Sólo sé, que romper esa imagen del Dios justiciero e impositivo a mi no me ha hecho mal, aunque eso no transforma a Dios en un relativista al que cualquier cosa vale. Difícil equilibrio entre justicia y misericordia.
Arrepentido está Pablo, doliente por su pasado, premiado con la confianza de Dios pese a sus terribles errores. En su historia se cumple esta forma de actuar de Dios, que anunciaba el Antiguo Testamento. Este prodigio de la confianza que supone entregar el mensaje al mensajero menos apto, al perseguidor… Dios vence con amor el corazón más duro. Menos mal que a Dios no le dió por castigar a Pablo, por suerte la mirada más amplia de Dios nos proporcionó al apóstol de los gentiles.
Y arrepentido está el Hijo pródigo, arrepentidos están los que, como ovejas descarriadas anda intrépidos recorriendo los senderos de la muerte, sobre todo cuando encuentran el verdadero camino de la salvación.
Así pues en este domingo, tal vez no esté de más arrepentirse, esto es lamentarse del mal hecho, hacerse consciente del bien por hacer y sobre todo, disfrutar de la maravillosa experiencia del Amor desbordado de Dios, que no nos deja abandonados en la culpa o en el error, que no se olvida de nuestras lágrimas, sino que las recoge y riega con ellas nuestro futuro.
Querido hermano:
Jesús vino al mundo, se hizo uno como nosotros; no por necesidad, no por divertimento, no por curiosidad; sino por amor. Jesús se acercó a tu realidad y a la mía, porque sabía que lo necesitábamos, sabía de nuestras dificultades: «Venid a mí los que estéis cansados y agobiados».
Todos necesitamos vivir y celebrar un amor restaurativo, que paga por nosotros, que vuelve a abrazarnos en la pequeñez y en la caída. Ni tú ni yo, ante quien se cae, debemos hacer leña del árbol caído; todo lo contrario.
Por eso, Jesús nos obligó a reparar en la viga de nuestro ojo, y a no quedarnos en la mota del ojo del hermano. Ante el caído en el camino, nos enseña que la respuesta está en amar, en atender, en cuidar y sostener; nunca, en juzgar o en mirar para otro lado.
El Evangelio de hoy lo he vivido en mi vida y lo quiero seguir viviendo: «La misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». Ese soy yo. Yo rezo cada dia el Santo Rosario con nuestra Madre la Virgen Maria. Pido que interceda por la Paz en el Mundo. Por los persegidos en Nicaragua.
Tu hermano en la fe: José Manuel.
Pido al Señor que me alcance Su Misericordia, cuando se le escape por las rendijas de Su Corazón