¡¡¡Mañana vienen los Reyes!!!!! Si tienes niños entre 4 y 10 años, mucho ánimo con el día, que se te va a hacer eteeeeeerno… Tanta ilusión convertida en nervios agota a cualquiera (que no sea niño, claro, porque ellos están en el paraíso).
San Juan evangelista subraya que el amor de Dios es el cúlmen de la revelación llevada a cabo por Cristo, es su sello de identidad, su sello de garantía. Y alejarse de ello es la muerte. Vida y muerte son antónimos en el último evangelista en el sentido más profundo y escondido en que se pueda entender: allá donde el ser lo creado recibe la mancha del pecado, cuyas raíces nos son imposibles de alcanzar, allí llega el amor de Dios para deshacer el entuerto del Diablo (como vimos ayer) y restaura a una dignidad inaudita a su criatura preferida, la niña de los ojos divinos, que somos cada uno de nosotros. Más profundo todavía llega la Vida de Dios a nuestros corazones, de modo que restaura el daño original.
Hoy que tanto se habla de amor, en realidad parece que no se conozca bien: reducido a meros sentimientos no construye relaciones estables, no genera la felicidad tan ansiada, no construye civilización. La cultura actual vive una inmadurez de amor que genera eternos adolescentes en busca de experiencias, más que en proyecto de vida sólidos.
Ha de resonar con inmensa urgencia el anuncio del amor de Dios, fuente del amor humano elevado a categoría divina por Jesús de Nazaret, Verbo encarnado, hoy descrito por sí mismo con el título del «Hijo del hombre». ¡Es de los nuestros! Pero también es eternamente del Padre. Dos naturalezas, divina y humana unidas en la unión hipostática. Sólo reconociendo esta gran verdad podrá brillar para la humanidad la grandeza a la que Dios la llama: una civilización del amor, no de los amoríos o de aburrescentes.
El papa Benedicto XVI, por el que rezamos especialmente (nb: escribí esto la semana pasada; no sé si habrá novedades) nos regaló la gran encíclica del amor, que compensa releer: «Deus caritas est». Dicha expresión se encuentra precisamente en la carta de San Juan que estamos leyendo estos días.
¡¡¡¡Que vienen los Reyeeeeeeesssss!!!!!
Querido hermano:
La fe que seduce, la que justifica, la que sana y cambia la vida, la que te lleva incluso a entregar la vida por el Evangelio, la que, como decía Pablo, «te lleva a renunciar a todo y a considerarlo basura con tal de conocer a Cristo»; esa fe solo puede estar edificada en una relación personal y diaria con Cristo.
«Aquel que puede sanar tu vida y llenarte de sentido. Aquel para quien eres importante, a quien le importan tus lágrimas. Aquel a quien buscamos en nuestra vida, muchas veces sin saberlo, lo he encontrado: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. “Ven y verás”».
Te aseguro que si das ese paso, y acompañas a alguien en su encuentro con Cristo, la vida de esa persona cambiará y la tuya también.
Ojalá tu vida y la mía sean instrumentos para engendrar nuevos cristianos. Que tu vida sea fecunda.Reza cada día el Santo Rosario. Sé voluntarioso, ayuda al más necesitado. Ora por otros. Feliz Navidad y felices Reyes.
Tu hermano en la fe: José Manuel.