Sábado 4-2-2023, IV del Tiempo Ordinario (Mc 6,30-34)

«Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado». Hace dos días, contemplábamos en el Evangelio cómo Jesús enviaba a sus discípulos a la misión. Los Doce se tomaron muy en serio la tarea, y se pusieron manos a la obra. Ahora, después de un tiempo –que el evangelista san Marcos no precisa–, los apóstoles vuelven a reunirse con el Maestro. Han predicado en muchas aldeas, han expulsado a numerosos demonios y han curado a multitud de enfermos. Y están deseosos de contárselo a Jesús. En este episodio vemos claramente que la misión se alimenta de la oración, del trato íntimo y la amistad personal con el Señor. El tema de mi oración es el tema de mi vida: contarle mis aventuras, mis éxitos y fracasos, mis preocupaciones, mis esperanzas y proyectos, mis caídas y levantadas. A Él le encanta escuchar cosas de tu trabajo, de tu familia, de tus amigos… No sólo no le aburren, sino que le apasionan. Si de verdad nos tomamos en serio nuestra misión de apóstoles, estaremos deseando de volver una y otra vez a Jesús en la oración y contárselo todo.

«Él les dijo: “Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco”». Muchas veces nos sentimos identificados con la descripción que san Marcos hace de la vida pública de Jesús: «eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer». A menudo nuestro día a día es un no parar, una carrera frenética, agobiante y agobiadora, que nos consume en mil quehaceres. Lo urgente tantas veces oculta lo importante… Todo el mundo espera algo de nosotros, y tenemos que dar continuamente la talla. En esta ajetreada vida moderna, tenemos la tentación de pensar que Dios también espera que demos la talla ante Él con nuestros compromisos, deberes y obligaciones de cristiano. Entonces, la oración, la Misa, la confesión, se convierten en un quehacer más, en un deber que “tenemos que” cumplir. Además de trabajar, ser buen padre y esposo, cuidar mi salud y mi cuerpo, tener un millón de amigos en las redes… tengo que rezar, ¡horror! ¡cuántas cosas! Pero no es así como Jesús nos habla hoy de la oración, del diálogo con Él. El Maestro quiere que descansemos a su lado, que le contemos nuestras cosas y nos desahoguemos en su presencia. Esto es rezar: descansar con Jesús. Reponer fuerzas, para retomar con renovadas energías nuestro día a día. No es una cosa más entre miles de ocupaciones; la oración es el respirar del alma.

«Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor». Al orar, siempre comenzamos poniéndonos en la presencia de Dios. Reconocemos que nos ve y nos oye, que Él está a nuestro lado. Quizás pensamos que al sentarnos a rezar un rato en una iglesia –o donde sea, en soledad y silencio– le estamos haciendo un favor a Dios. Pero no, todo lo contrario. Es Él el que nos hace un favor a nosotros. Nos está esperando, nos lleva esperando 2.000 años en el Sagrario. Él quiere mirarnos con sus ojos de ternura y misericordia, para tener compasión de nosotros, que tantas veces andamos perdidos «como ovejas que no tienen pastor». El Maestro quiere enseñarnos, despacio, muchas cosas. La oración no es otra cosa que mirar a Cristo y dejarse mirar por Él. Yo le miro, y Él me mira. Así es como descansamos de verdad junto a nuestro Señor.