Impresiona la fe de esta mujer fenicia, pagana, como le impresionó al Señor Jesús. Ella comprende la respuesta de Jesús, que ha venido en primer lugar para los hijos de Israel… La apertura a los paganos, como veíamos ayer, corresponderá más bien a la Iglesia un poco más tarde. Su respuesta parece que Jesús no la esperaba: quizá pensó que ella veía en él un curandero, alguien con esa fama de poder sanar a los enfermos nada más, pero ve que no es así, que ella cree más allá de eso.

Lo primero que el evangelio de hoy nos enseña es que la fe está unida a la humildad. Si vamos con exigencias, seguramente Dios no nos hará caso. Es verdad que los cristianos, por el bautismo, somos propiamente hijos, no «perritos»; pero del mismo modo que un hijo no puede ir con exigencias a su padre, pues debe respetar su papel de tal, igual o, mejor, más aún nosotros con nuestro Padre. Si acudimos a Él con humildad, Él nos escucha. Pero no solo es necesaria la humildad, también la fe.

Una segunda enseñanza puede ser que los que creemos que son paganos, no creyentes, nos pueden enseñar cosas. Tengamos los ojos abiertos y podremos sorprendernos, como se sorprendió el Señor. Quitémonos prejuicios. Porque Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de las piedras.