Lunes 3-7-2023, Santo Tomás, apóstol (Jn 20,24-29)
Prosiguiendo nuestros encuentros con los doce Apóstoles elegidos directamente por Jesús, hoy dedicamos nuestra atención a Tomás. Siempre presente en las cuatro listas del Nuevo Testamento. El cuarto evangelio, sobre todo, nos ofrece algunos rasgos significativos de su personalidad. El primero es la exhortación que hizo a los demás apóstoles cuando Jesús, en un momento crítico de su vida, decidió ir a Betania para resucitar a Lázaro, acercándose así de manera peligrosa a Jerusalén (cf. Mc 10,32). En esa ocasión Tomás dijo a sus condiscípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él» (Jn 11,16). Luego, es muy conocida, incluso es proverbial, la escena de la incredulidad de Tomás, que tuvo lugar ocho días después de la Pascua. En un primer momento, no había creído que Jesús se había aparecido en su ausencia, y había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25). En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.
Como sabemos, ocho días después, Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos y en esta ocasión Tomás está presente. Y Jesús lo interpela: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20, 27). Tomás reacciona con la profesión de fe más espléndida del Nuevo Testamento: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28). A este respecto, san Agustín comenta: Tomás «veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado» (In Iohann.121,5).
El evangelista prosigue con una última frase de Jesús dirigida a Tomás: «Porque me has visto has creído. Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 29). Esta frase puede ponerse también en presente: «Bienaventurados los que no ven y creen». En todo caso, Jesús enuncia aquí un principio fundamental para los cristianos que vendrán después de Tomás, es decir, para todos nosotros. Es interesante observar cómo otro Tomás, el gran teólogo medieval de Aquino, une esta bienaventuranza con otra referida por san Lucas que parece opuesta: «Bienaventurados los ojos que ven lo que veis» (Lc 10,23). Pero el Aquinate comenta: «Tiene mucho más mérito quien cree sin ver, que quien cree viendo» (In Johann. XX, lectio VI, 2566). En efecto, la carta a los Hebreos, recordando toda la serie de los antiguos patriarcas bíblicos, que creyeron en Dios sin ver el cumplimiento de sus promesas, define la fe como «garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven» (Hb 11,1). El caso del apóstol Tomás es importante para nosotros al menos por tres motivos: primero, porque nos conforta en nuestras inseguridades; en segundo lugar, porque nos demuestra que toda duda puede tener un final luminoso más allá de toda incertidumbre; y, por último, porque las palabras que le dirigió Jesús nos recuerdan el auténtico sentido de la fe madura y nos alientan a continuar, a pesar de las dificultades, por el camino de fidelidad a él. (Benedicto XVI, Audiencia general 27-09-2006)
Queridos hermanos:
En nombre de Jesucristo, mi familia y mío; os damos las gracias por vuestra ayuda, moral, afectiva, y Social.
Os nombro con todo nuestro amor y cariño sincero, como nuestro padre quiere que lo haga, y Jesucristo me ayuda a hacerlo. Seguiré escribiendo, mientras tenga salud, y fuerzas; la Virgen María, nuestra Madre, me cuidara, como hasta ahora lo viene haciendo, soy muy Mariano, y el amor que le tengo a ella proviene de Jesucristo, ellos se amaron ¿tanto?..
Que aprendí de ellos. Así seguiré mientras viva en este Mundo. Gracias, a ellos estoy con vosotros, sí, soy, yo. José Manuel, el que escribe, el que Comenta cada día durante cuatro años, ¡cómo pasa el Tiempo! Gracias hermanos por pensar en mí cada día, y socialmente, gracias, a los hermanos Diego, Rafael, José Ángel, Ignacio, José G.M., Manuel, Jesús, Francisco Javier, Manuel de Castellón. A todos gracias. A hermanos de Argentina, Estados Unidos, Paraguay, Perú, Ecuador, Francia. Y perdonar por si me olvido de otros países que me habéis llamado, dando la fuerza que he necesitado, construyendo, nunca mejor dicho, ya que soy arquitecto técnico.
Amor le llamo yo. Gracias. Tengo 70 años, y por la edad, ya no me dan trabajo, es por lo que estoy aquí dando las gracias.
Juntos siempre en la Oración, vuestro hermano en la Fe:
José Manuel. Reza cada día el Santo Rosario.
Queridos hermanos:
Hoy la Palabra nos desafía a eso: a ser creyentes, que es más que ser clientes religiosos, consumidores semanales de un producto religioso.
La fe ha de nacer del encuentro con el Resucitado, que está vivo y que da vida, que muestra su victoria sobre la muerte y el dolor.
Nos puede ser útil este pensamiento: “Quien tiene un por qué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.
Está claro que los cristianos tenemos un gran porqué para vivir:
Jesús resucitado, que nos ayuda a superar cualquier cómo: contrariedad, dificultad, limitación.
Otra cuestión importante es que Tomás se encuentra con Jesús tocando las llagas de la pasión. Hoy seguimos encontrándonos con Jesús si tocamos las llagas de tantos divinos traspasados, tantos cristos sufrientes, tantos llagados, con señales de las duras e injustas cruces de la historia.
No es posible celebrar al Jesús de la fe en los signos sacramentales sin mirar y sin tocar las llagas del Jesús histórico, del Jesús actual, del que sobrevive a nuestro lado, del que no tiene voz porque no tiene fuerza.
Enfoca tu alma. No te reduzcas a la verdad de fe. Ten la experiencia de encontrarte con Jesús. Reza con la Virgen María. Cada día Reza el Santo Rosario. Pide por la Paz en el mundo. Tu hermano en la fe: José Manuel.