Viernes 7-7-2023, XIII del Tiempo Ordinario (Mt 9,9-13)

«Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió». Con estos sencillos trazos, el apóstol y evangelista san Mateo nos describe el momento más importante y decisivo de su vida: su vocación. Con un pudor exquisito, pero trasluciendo una profundidad admirable, nos abre al misterio de su llamada por parte de Jesús. Cada detalle había sido grabado a fuego en su memoria. Dejemos que nos desvele su contenido nuestro gran amigo Benedicto XVI:

«En hebreo, el nombre de Mateo significa «don de Dios». El primer Evangelio canónico, que lleva su nombre, nos lo presenta en la lista de los Doce con un apelativo muy preciso: “el publicano” (Mt 10,3). De este modo se identifica con el hombre sentado en el despacho de impuestos, a quien Jesús llama a su seguimiento: “Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y le siguió” (Mt 9,9). (…) Para imaginar la escena basta recordar el magnífico lienzo de Caravaggio, que se conserva aquí, en Roma, en la iglesia de San Luis de los Franceses.

Los Evangelios nos brindan otro detalle biográfico: en el pasaje que precede a la narración de la llamada se refiere un milagro realizado por Jesús en Cafarnaúm, y se alude a la cercanía del Mar de Galilea, es decir, el Lago de Tiberíades. De ahí se puede deducir que Mateo desempeñaba la función de recaudador en Cafarnaúm, situada precisamente “junto al mar”, donde Jesús era huésped fijo en la casa de Pedro.

Basándonos en estas sencillas constataciones que encontramos en el Evangelio, podemos hacer un par de reflexiones. La primera es que Jesús acoge en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia la importante declaración: “No necesitan médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador.

A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo: observa que sólo en la narración de algunas llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia —comenta el Crisóstomo—, “pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca” (In Matth. Hom.:  PL 57,363). Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas de bajo nivel social, mientras realizan su trabajo ordinario.

Hay otra reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: “Él se levantó y lo siguió”. La concisión de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios.

Se puede intuir fácilmente su aplicación también al presente: tampoco hoy se puede admitir el apego a lo que es incompatible con el seguimiento de Jesús, como son las riquezas deshonestas. En cierta ocasión dijo tajantemente: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme” (Mt 19,21). Esto es precisamente lo que hizo Mateo: se levantó y lo siguió. En este “levantarse” se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús» (Benedicto XVI, Audiencia general 30-08-2006).

No podemos olvidar tampoco que el lema del Papa Francisco: miserando atque eligendo –le miró con misericordia y le eligió–, está tomado de unas palabras de san Beda el Venerable que comenta también esta escena: «Lo vio no tanto con los ojos corporales, cuanto con la mirada interna de su misericordia. Jesús vio entonces al publicano y, porque le miró con misericordia y le eligió –miserando atque eligendo–, le dijo: “Sígueme”. “Sígueme”, que quiere decir: “Imítame”» (Hom. 21: CCL 122,149-151).