Hoy en la primera lectura leemos el famoso sueño de Jacob: una escalinata hasta el cielo, ángeles bajando y subiendo, y el Señor en pie sobre ella que le renueva la promesa hecha a Abrahán e Isaac. Cuando despertó, Jacob dice: «Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía». Podemos renovar nuestra conciencia de que Dios es omnipresente, está en todas partes. Y muchas veces nos puede sorprender. Es cierto que está en la Palabra, en los sacramentos, en el Sagrario… Pero también puede estar en ese que canta una canción en el Metro y pide una moneda, en la abuelita que avanza a paso lento con su cesta de la compra, en un paseo por el Retiro. En cualquier momento podemos caer en la cuenta de esa presencia de Dios, como se dice «ponernos en ella», y muchas veces diremos lo mismo que Jacob: «Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía».

Jacob llamó a ese lugar donde tuvo esa experiencia «Betel», Casa de Dios. Los Padres de la Iglesia comentan que esa experiencia era figura de Jesucristo. Él es la verdadera Casa de Dios, Él es la escalinata que con su Encarnación ha unido la tierra y el cielo. Y, en Él y por Él, también nosotros somos casa de Dios. Él mora en nosotros desde nuestro bautismo. Por tanto intentemos vivir hoy con esa conciencia, como decimos en el Padrenuestro: «en la tierra como en el cielo».