Ya he dormido una noche en mi cama -qué buen invento-, mañana comienzo otro periplo viajero. En la parroquia tenemos un huerto -ecológicos que somos-, y como casi todos los meses de julio estoy entre campamentos y actividades parroquiales lo del riego es fácil poniéndole un programador, pero lo difícil que es conseguir una sandía y lo fácil que crecen las malas plantas, en cuanto te descuidas invaden todo. Si por lo menos las malas hierbas sirvieran para algo, aunque fuese para una infusión, pero sólo sirven para arrancarlas y tirarlas, incluso a veces pinchan.

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo:

«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña.

¡Qué malvado es el enemigo! No sólo bastan las malas plantas que ya nacen en nuestra vida como consecuencia del pecado sino que encima siembra la cizaña en medio del campo de Dios. Yo no llego a hortelano aficionado, pero Dios es Dios.

En ocasiones podemos pensar en la Iglesia como en un remanso de paz, donde el mal no puede existir, si comienza a verdear tiene que ser arrancado y expulsado fuera. A veces se han intentado hacer parroquias o comunidades así ¡pero si no se consigue muchas veces ni en los monasterios!.

Y lo que es peor, cuando nos elegimos en dueños de la mies, en vez de sus servidores, no sabemos lo que es el trigo, la cizaña ni el cardo borriquero y acabaremos arrancando la buena planta y dejando crecer la mala.

Tenemos que acostumbrarnos a vivir como santos en medio de pecadores, a dar más fruto que los malos e incluso a ser más fuertes, por si vienen épocas de sequía sean los enemigos de Dios lo que se sequen. Ciertamente tenemos que buscar parroquias o comunidades que nos ayuden a que no nos ahogue la cizaña, a recibir el riego suave del Espíritu Santo que acude en ayuda de nuestra debilidad y el Señor pueda recoger nuestro fruto para seguir sembrando.

Pero nunca olvidemos que Dios será el juez justo pues “tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia, porque haces uso de tu poder cuando quieres”. El Señor es bueno y clemente, nosotros muchas veces injustos y partidistas (hoy que nos toca votar se ve bien claro).

Confía en María, la dulce jardinera, y pídele con humildad podamos entrar en el granero del Señor.